viernes, 6 de febrero de 2015

El joven Camilo

Pedro Antonio García

Dicen que de niño era de pelo rubio blanquecino y, pequeño de estatura, aunque luego en la adolescencia alcanzaría una talla algo elevada y el cabello se le oscurecería hacia el castaño. Siempre amó los deportes, en especial la pelota. Según Tato Rabasa, un amigo de la infancia, “jugábamos al taco con un palo de escoba y un trocito de palo. Ambos revolvíamos las aguas de un manantial que salía de mi patio buscando bichitos y resbalábamos en yaguas por una pendiente cercana”.

Camilo Cienfuegos Gorriarán nació en La Habana el 6 de febrero de 1932. Su padre, un veterano luchador social, solía recordar que durante la guerra de España contra el fascismo (1936-1939), “salía con nosotros para hacer colectas. Sin que alguien se lo pidiera, guardaba los centavos que le dábamos para la me­rienda y cuando tenía algo ahorrado, nos lo entregaba para el Hogar del Niño español, que mantenía 65 huérfanos de guerra”.


Gustaba también de hacer maldades y a veces se les perdía a los padres dentro de la ca­sa de Lawton, escondido en los lugares más insólitos. Según su padre, cuando el ciclón de 1944, “nunca había visto uno y estaba loco por saciar su curiosidad. Vino el ciclón y pasamos todo el tiempo con la puerta semiabierta. Cuando todo pasó y salimos a la calle, lo primero que vio fue la casa de un compañerito de escuela. O mejor dicho, lo que quedaba de la casa, que se había caído”. Cuentan que el niño Camilo se quedó largo rato observando las ruinas, sin articular palabra. “Papá, nunca más me voy alegrar por un ciclón”, dijo al regresar a su casa.

Ya de adolescente, devino alguien muy popular entre sus coetáneos por su carácter jovial y alegre. Bromeaba mucho, pero con delicadeza. Gustaba de la música popular cu­bana y del swing. Aunque su padre le consideraba muy buen bailador, los amigos aseguraban que no era muy ducho con los ritmos en el baile.

EN NORTEAMÉRICA
Como muchos jóvenes de su época, ante la situación de desempleo existente en Cuba a inicios de la década de 1950, Camilo emigró a Estados Unidos. Aunque en nuestro país imperaba una tiranía que asesinaba impunemente, los cubanos que se exiliaban no eran considerados por Washington como refugiados políticos y eran tratados como indocumentados, algo similar a lo que sufren los mexicanos hoy. El joven habanero se desempeñó “en mil y un oficios”, como él mismo decía. En uno de ellos, con un cocinero amigo, aprendió algo de inglés y alemán.

En 1955 fue deportado a Cuba. Sobre la situación que halló a su regreso, relataría a un amigo: “Quedarías anonadado de las cosas que pasan. Los ciudadanos sin los más mínimos derechos, los atropellos únicamente viéndolos los puedes creer”.

En diciembre de ese año, al participar en una manifestación de protesta contra la tiranía, la cual fue reprimida por la policía batistiana a tiros, recibió un balazo en una pierna. Narraría en una carta: “Me metieron en una máquina donde había tres heridos más. Cuando nos llevaban al hospital, la policía volvía a tirarnos, sentimos los disparos contra el carro, tres nos alcanzaron, uno de ellos alcanzó al que manejaba en la cabeza, fue solo una rozadura, de milagro no lo mató”.

EL FUTURO EXPEDICIONARIO DEL GRANMA
Regresó a Estados Unidos, gracias a una amiga salvadoreña, ya ciudadana, que contrajo matrimonio con él. Aún hoy muchos latinoamericanos apelan a similar método. Pero el joven Camilo ya no tenía en mente establecerse allí. En mayo de 1956 escribiría: “Fidel es la esperanza de libertad para el pueblo cubano (…) Mi único deseo, mi única ambición es ir a Cuba a estar en las primeras líneas cuando se combata por el rescate de la libertad (…) Hay un solo camino de terminar con la situación actual y con sus responsables: seguir la causa de Fidel (…) Fidel afirmó que este año seremos libres o él morirá. Yo desde hace mucho estoy con él, me lo había jurado y lo cumpliré”.

Tomado de Granma
http://www.granma.cu/cuba/2015-02-05/el-joven-camilo

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