domingo, 23 de marzo de 2014

Las mil y una noches en Mayajigua

Las mil y una noches en Mayajigua

Por Aurelio Pedroso 
Progreso Semanal


SANCTI SPIRITUS. A poco más de 350 km de la capital cubana, por esa ruta que otrora se le llamaba “la línea norte de Cuba” y que disponía de una red ferroviaria envidia de medio mundo, se encuentran los afamados Lagos de Mayajigua, con su cuartel general en la Villa de San José del Lago.

No mucho trabajo costó “infiltrarme” en una excursión de abuelos y hacer una noche justo en el sitio donde hace casi 70 años mis padres decidieron pasar su Luna de miel y vaya usted a saber si en una de esas pintorescas cabañas de madera inicié mi andar por este mundo.

Aún sin registrarme en carpeta ya dialogaba con Toni, el dueño de una paladar llamada El paraíso. Fue él quien me indicó dónde vivía Ramón “Cuco” Calvo, un octogenario capaz de responder par de preguntas que me martillaban con obsesión la cabeza: el aeropuerto de Mayajigua, donde una joven mujer se había hecho una suerte de daguerrotipo en una escalerilla de unos cuantos escalones en cuyo fondo se leía Cubana de Aviación en la cola de la aeronave. Esa hermosura era mi madre.

“Cubana volaba todos los días y por esa pista que tiene usted allá enfrente y que solo precisa de una buena ’chapeá’, llegaban también vuelos de los Estados Unidos. Mucha, pero que mucha gente venía a descansar, ver lo lindo del lugar y darse los baños medicinales”, recuerda Cuco, que dedicó toda una vida al trabajo en la villa y parte de cuya familia sigue hoy la tradición.

Este bisabuelo no recuerda con exactitud en qué momento dejó de funcionar el aeropuerto, que aún conserva, en desafío al tiempo, una destartalada torre de control. “Fue a principios de la Revolución… luego vinieron las avionetas de fumigación… por aquí cerca se cayó una y si usted quiere lo llevo hasta allí”.

Cuco es un tipo campechano, conversador, le gusta repasar el diario y sin espejuelos lo demuestra leyendo las tipografías más pequeñas. Su esposa de toda una vida, Mireida Navarro Arrechavaleta, guardaba cama por tratamiento médico y si el viejo se gasta buena vista, ella unos oídos envidiables: “Mi padre hizo casi todas esas cabañas de la villa”, confiesa a través de las paredes y ventanas.

La última novedad acontecida a Cuco lo tiene bien molesto. Unos amigos de lo ajeno le robaron el caballo que tiraba de un coche para llevar la muchachada del caserío a la escuela. “Mire, mire, ahí está el carretón…” y señala al jardín.

Bienvenidos a la villa

La belleza natural e inmobiliaria del lugar impacta favorablemente al mismísimo rey de los nerviosos, pero en San José de Lago hay un activo que Islazul, la cadena estatal que la dirige, no debería olvidar nunca: la calidad humana que poseen sus máximos responsables y hasta los más humildes cargos.

Llegar de La Habana, donde en el tema de servicios se han borrado las buenas maneras de tratar a los clientes y encontrarse con personas tan sencillas como respetuosas y educadas, es el triunfo para una apuesta en que ese colectivo pequeño de trabajadores se podrá proponer cualquier meta para engrandecer el lugar.

Y es que el hecho de estar ubicada entre Cayo Santa María y Cayo Coco les favorece pero también perjudica. Lo primero, porque cualquier turista diera lo que no tiene por salir un día de la playa y visitar ese armónico concierto de la naturaleza de verdor inigualable. Y lo segundo, porque a la hora de “repartir” -y es mi opinión- a San José no lo tienen mucho en cuenta.

Que conste, que no se trata de calamidades en la villa, que dispone de todas las comodidades habidas y por haber, sino de simples detalles que le aumenten sus estrellas de dos a más.

La limpieza es sencilla y llanamente, impecable. En ello colaboran todos, desde los que le pagan por ello, hasta el barman, el salvavidas, los directivos… Tomando la sombra en el ranchón que funge de bar muy bien habilitado, por cierto, llama la atención el esmero y persistencia de una mujer que no permite la menor suciedad. Limpia sobre lo limpio. Me veo obligado a preguntarle su nombre: Lidia Arrechavaleta. Pues sí, sobrina de la esposa de Cuco, con unas tres décadas de trabajo en el lugar. “Sí, vienen muchos extranjeros en tránsito o por paquetes”, revela.

¿Y el vecindario qué?

Por muchas razones que no vienen al tema de hoy, hay pueblos en el interior de la isla que no la están pasando del todo bien. Se nota, por ejemplo, en las casas donde viven los vecinos de la villa. Dicho sea paso, las adversidades económicas no se riñen con la limpieza de las viviendas y el buen orden en los jardines. Algunas llaman la atención por estar hasta azulejeadas en las paredes exteriores. “Son de las que tienen familia afuera”, dice un lugareño. Eso está muy bien y merece aplausos, pero también habrá que pensar en los que no tienen a nadie.

Cosa admirable que Villa San José del Lago no sea un coto reservado. Allí se organizan jornadas en la discoteca para los jóvenes de la comarca a un precio muy módico y accesible. Los niños también tienen su día, el domingo, cuando entre otras actividades se presenta el elenco infantil “Avalancha”, con casi una treintena de niños en un espectáculo musical y teatral dedicado a la hermandad entre las naciones latinoamericanas.

Ocho instructores de Arte trabajan con ellos en la Casa de la Cultura de Mayajigua y la principal responsable se llama Yoanna López Martínez. Después de la actuación y el deleite de los adultos, los pequeñines meriendan y se van a las piscinas del centro. Le pregunto el parecer a un alemán de paso y busca en el diccionario la palabra “impresionante”. La señala como quien jura sobre una biblia.

Merecen elogios quienes hayan tenido esa idea de brindarle acceso a la población, que vean la villa con sentido de pertenencia y en un futuro puedan formar parte de ella.

La piscina termal

Hace años allí acudían muchos cubanos, de la llamada tercera edad, a los tratamientos con las aguas termales. Entonces, como en otros sitios como el balneario de Elguea, se pagaba la estancia en moneda nacional y recibían asistencia de personal médico calificado. Ya eso no ocurre hoy y habrá que buscarle una solución alternativa, como esta de la excursión de abuelos. Con igual propósito, para atender al turista extranjero.

Hoy por hoy no existe un especialista que dictamine y sugiera. Tal vez si se prepara, esté dentro de esos tantos jóvenes que van la noche del sábado a conversar con amigos, enamorar y tomarse unas copitas a golpe del indescifrable reguetón.

La piscina termal está bajo techo y ocupa entre unos treinta-cuarenta metros cuadrados. Las aguas poseen 32 grados celcius. Muy limpia y habilitada. Un anuncio da cuenta de sus propiedades para combatir afecciones gastrointestinales, metabólicas, renales, dermatológicas, del sistema osteo-mioarticular y sedante, entre otras. Una hora importa un cuc, precio tan bajo no visto en ningún lugar del planeta y que no lo suban a los cubanos, por favor.

Otro de los contenidos minerales que brotan del manantial son sus variantes bicarbonatadas, cálcicas y catabólicas.

Los viejos de mi excursión que entraron a la termal emergieron expresando maravillas. Hasta una señora que no paró de hablar durante las casi seis horas de viaje se notaba más tranquila y menos parlanchina. Qué bien le hubiese resultado una semanita porque dos horas antes de llegar a La Habana disparó nuevamente sus cuerdas vocales.

Villa adentro

El índice tan socorrido en temas turísticos como lo es el binomio calidad-precio pudiera ser un botón de muestra a nivel nacional.

Si bien no hablamos de una mesa bufet de un cinco estrellas, el decoro de la nuestra era sobresaliente. Bien presentada y elaborada, con ese toque tan peculiar de la cocina de la abuela, aunque el cocinero fuera un hombre joven, con muchas dotes entre ellas una sopa de esas que en su momento llevaron la carne para la posterior ropa vieja que era de campeonato y al que no pocos fuimos a felicitarle.

Los cubanos seguimos dando la nota en estos avatares gastronómicos. Ahí estaba la inseparable bolsa que casi todos portamos haciendo de las suyas para llevar hasta mini dosis de mantequilla a la cabaña. No viviré para ver el final de esta gula colectiva y despiadada para con las mesas bufet.

Muy limpio el lago. Lástima de poseer un solo bote para el paseo, pero cuentan que están en ello, que pronto vendrán y ojalá no sean muchos para que patos migrantes y flamencos no se vean importunados por los intrusos navegantes y regresen en vuelo rasante a los cercanos cayos de La Florida.

De cara al futuro inmediato no estaría de más que la villa tuviese espacios para una pequeña tienda que suministre artículos necesarios a los vacacionistas, y los artesanos de la zona, que fama tienen, comercialicen sus producciones.

Y un poco más adelante en el tiempo, sea rehabilitado el aeropuerto, que al decir de Cuco Calvo, con una “chapeá” estará operativo.

La villa de San José del Lago promete mucho sin necesidad que un inversionista extranjero nos haga ese “favor”. Todo está en nuestras manos para hacerle honor a su fundador, Arturo Berrayarza y Cabrera, homenajeado en su tiempo por el Distrito 101 de Rotary, y quien señalara que “si este lugar se convierte en la mayor atracción turística de Cuba, se habrá cumplido el sueño de mi vida”.

Será un salto de calidad que traerá mayores riquezas para el Estado, la cadena Islazul, la villa, sus trabajadores y el pueblo que cada día pone sus ojos en ella.



















Progreso Semanal/ Weekly autoriza la reproducción total o parcial de los artículos de nuestros periodistas siempre y cuando se identifique la fuente y el autor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario