viernes, 21 de febrero de 2014

El trasfondo de la encuesta sobre Cuba del Atlantic Council

Jesús Arboleya 

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Mucho revuelo ha causado en Estados Unidos – y también en Cuba – la reciente encuesta patrocinada por la organización Atlantic Council, donde se demuestra que la mayoría de los norteamericanos apoyan un cambio de la política de Estados Unidos hacia Cuba. Esta tendencia es aún más enfática en el estado de La Florida y particularmente entre los cubanoamericanos, donde se supone radica el núcleo duro de los adversarios del gobierno cubano.

Su importancia radica en confrontar el mito del supuesto apoyo popular a la política vigente, echando abajo la excusa de que el problema cubano tiene connotaciones en la opinión pública doméstica que los políticos se ven impedidos de desconocer. Ahora bien, la encuesta como tal no dice algo distinto de otras investigaciones de este tipo que se han realizado en los últimos años, solo que en realidad no basta el criterio de ciertos grupos de la población, incluso siendo mayoritarios, para determinar la política exterior de Estados Unidos, sino que el consenso para su diseño e implementación donde efectivamente se fragua es dentro de los sectores de poder que gobiernan ese país.

La repercusión de la encuesta del Atlantic Council se debe a que fue patrocinada por una de las organizaciones más representativas del establishment norteamericano y realizada por una de las encuestadoras más influyentes del país. Un hecho que nos obliga a pensar en el verdadero trasfondo que puede tener la iniciativa, toda vez que refleja el pensar de estos sectores respecto a la necesidad de cambiar la política hacia Cuba.

El Atlantic Council fue fundado en 1961 con el propósito, según sus propias palabras, de estimular el diálogo y la discusión sobre asuntos críticos de la situación internacional, con la visión de enriquecer el debate público y promover el consenso para las respuestas apropiadas de la administración, el Congreso, las corporaciones e instituciones no lucrativas, así como de la opinión pública norteamericana, con líderes de Europa, Asia y las Américas. Su primer presidente fue nada menos Christian Herter, hasta entonces Secretario de Estado en la administración Eisenhower. Basta revisar su cuerpo de dirección a lo largo de su historia para encontrar en el mismo a otros secretarios de distintas administraciones, varios consejeros de seguridad nacional, generales del más alto rango, importantes diplomáticos y funcionarios, así como gerentes de las más grandes empresas transnacionales del país.

La administración Obama se ha nutrido de muchas de estas personas. En particular de Chuck Hagel, ex presidente del Atlantic Council que fue designado como actual secretario de defensa y el general James L. Jones, antes jefe de la OTAN, que pasó de director ejecutivo de la organización a consejero de seguridad nacional, para solo nombrar los casos más relevantes. A Hagel lo sustituyó en la presidencia del Atlantic Council el general Brent Scowcroft, que fuera consejero de seguridad nacional en los gobiernos de Reagan y Bush padre. En la actualidad el presidente de la organización es Jon Huntsman, ex gobernador del estado de Utah, que a pesar de haber apoyado a McCain en el 2008 – nada menos que el encargado del discurso de presentación de Sarah Paulin en la convención republicana – fue nombrado por Obama embajador en China en 2011, cargo que abandonó para aspirar sin éxito a la nominación a republicana a la presidencia en 2012.

Si revisamos los programas del Atlantic Council a lo largo de su historia, vemos que sus intereses se fueron expandiendo de acuerdo con las prioridades de Estados Unidos en cada momento. Jugó un importante papel en la organización de la OTAN y la articulación de la hegemonía estadounidense en el sistema trasatlántico. Con posterioridad, centró su atención en el papel del Japón en el sudeste asiático y la guerra de Vietnam. Una vez finalizada la guerra fría, a sus prioridades se incorporaron Europa del Este y China. Claro está que se ocupa del Medio Oriente e incluso África ha estado entre sus focos de atención en los últimos años.

Sin embargo, América Latina ha sido poco atendida por el Atlantic Council. En fecha tan reciente como mayo del año pasado, fue creado el Adrianne Arsht Latin American Center, con el objetivo, según sus auspiciadores, de estudiar las transformaciones políticas, económicas y sociales de la región, con vista a ofrecer “nuevas ideas e innovadoras recomendaciones políticas” al gobierno norteamericano respecto a estas problemáticas y sus programas se concentran en México, Colombia y Brasil.

En el caso de Cuba, existe el antecedente de la publicación de un compendio de las leyes y regulaciones respecto a Cuba en 1994, precisamente en un momento de auge de las manifestaciones favorables a un cambio de la política hacia la Isla, el cual fue actualizado en 2005. Llama la atención que entre lo que ellos mismos denominan los “tópicos más populares” de sus actuales trabajos, se mencionan a Egipto, Siria, Ucrania y Cuba.

Al centrarse en el estudio de la opinión pública norteamericana, la encuesta del Atlantic Council tiene una particularidad que lo distingue del resto de sus proyectos, toda vez que no está orientada a “educar” a los hacedores de política en relación con una problemática determinada, sino a influir en su conducta respecto a la misma, lo que se confirma con el hecho de que no ha sido una acción política aislada, sino que a ella se suman las inesperadas declaraciones del magnate de origen cubano Alfonso Fanjul respecto a su disposición de invertir en Cuba si se dan las condiciones adecuadas y las del ex gobernador de ese estado Charlie Crist, en el sentido de que mejorar las relaciones sería beneficioso para ese estado, con lo coloca el problema cubano entre los centros de la actual contienda electoral, donde compite para recuperar este cargo.

Por demás, el interés del Atlantic Council quizá se ha visto estimulado por las negociaciones en curso de la Unión Europea con Cuba para resolver los problemas que atañen a sus relaciones o, al revés, la Unión Europa ha promovido estas negociaciones, impelida por el conocimiento de lo que se está moviendo en Estados Unidos en relación con este asunto, de lo cual la encuesta del Atlantic Council pudiera ser una de sus manifestaciones. A lo cual se suma el problema que significa para Estados Unidos el caso cubano de cara a la próxima Cumbre de las Américas en 2015, debido al rechazo a la exclusión de Cuba por parte de la mayoría de los países latinoamericanos.

Aunque es muy pronto para arribar a conclusiones respecto a las intenciones y el futuro de estas acciones, los objetivos planteados por el Atlantic Council para América Latina, donde se inserta la encuesta, coinciden casi al calco con las declaraciones del presidente Obama respecto a Cuba el pasado 8 de noviembre en Miami, dichas frente a un auditorio donde se encontraban los que un día promovieron las políticas más agresivas e intransigentes contra Cuba y ahora se muestran “moderados”, ya sea por convicción – la gente cambia- u oportunismo, porque también hay algunos que no cambian nunca.

Cualquier observador medianamente informado puede percibir que lo que está ocurriendo comporta cambios cualitativos en el debate sobre Cuba y que estamos en presencia de una acción concertada por importantes grupos de poder, los cuales están interesados al menos en reevaluar la política hacia Cuba y adecuarla a las nuevas circunstancias. Ello explica las reacciones que ha originado en la extrema derecha cubanoamericana y creo que tienen razón para preocuparse. A la larga, no son ellos los que determinan la política hacia Cuba y están amenazados de ser empujados fuera del bote.

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