miércoles, 15 de enero de 2014

La energía atómica de Ñico

Cuando leí la entrada del Blog "Revolución", que da nombre a este post, recordé inmediatamente el tema de Vicente Feliú "Ñico o el monumento al obrero desconocido", a pesar de ser quizás una canción poco conocida de este prolífico autor, sin dudas, es uno de los temas emblemáticos de la Nueva Trova Cubana y que identifican la obra de Vicente. Es una canción que gusta, porque habla de esos héroes anónimos que día a día se levantan para hacer un país mejor, para hacer realidad un "socialismo prospero y sustentable".

Ñico está allí con su sesenta y pico de glorias,
de madrugadas sin sueño, de pie,
erguido sobre su especie,
esa especie de hombres que no se publican,
que transcurren inéditos
en la capa definitiva de un país,
que se alzan a diario contra lo que falta,
calladamente como quien sabe que la palabra no vale
sin el brazo dispuesto que la respalde.

Allí está Ñico, el hombre del silencio,
a su izquierda está Ñico, Ñico a su derecha,
de frente Ñico y Ñico a su espalda.

Machetero desde niño, peón en lo maduro,
ahora viejo sigue tirando tierra
con el odio del que quiere enterrar un pasado
y el dolor de saber que no verá el futuro.

Hombre de metal, espéranos,
muéstranos la ruta adonde estás,
sobre tu osamenta, débil ya,
y el alma dispuesta a reventar
por el hombre hasta el final.

(Vicente Feliú)

(1972)

Aquí les dejo el escrito que desató el recuerdo:

La energía atómica de Ñico

Ojalá muchos jóvenes tuvieran la vitalidad y energía de Ñico

Si existiera un hombre-máquina, que pese a su edad avanzada pareciera propulsado por un reactor nuclear, ese sin dudas sería Ñico. Es tanta su vitalidad, que puede desempañar varias tareas a la vez, como recolectar lechugas, lavarlas, o tumbar cocos con una pesada vara y al unísono responder una entrevista y fatigar al curioso periodista.

Próximo a un cantero encontré a Antonio Rutafol, un veterano de 68 años y que casi nadie conoce por su verdadero nombre, sino por Ñico.

Ataviado con un short, calzando botas de goma y una juvenil pachanga como sombrero, recolectaba lechugas. Como la mayor parte del tiempo permanece encorvado, una faja le permite contrarrestar los problemas de la cintura, “pa’ que no sufra tanto”.

Hace algunos años se jubiló, pero como no toleraba la inacción, se encaramó a un bicitaxi y pedaleó la Calle Real de Jovellanos tantas veces que seguramente puede recorrerla con los ojos cerrados y no tropezar.  Así logró agenciarse unos kilitos de más. Sin embargo, comenzó a sentir cierto malestar en los riñones y la próstata, “tras cuatro años encima del aparato, lo dejé”.

Natural del santiaguero municipio Songo La Maya, siempre fue hombre de campo, así que a la primera oportunidad se incorporó como obrero al Organopónico Apicultura, ubicado a orillas de la Carretera Central, a la salida del municipio.

Pero sus ganas de trabajar se estrellaron contra la desatención y la carencia de insumos.

“No había atención. Era una guerra para que llegaran recursos, lo que provocó el éxodo de muchos compañeros. Al final me quedé solito”, comenta Ñico.

“Pero el que va al combate no puede rendirse”, me dice, y aprecio en su voz ese arrojo tan característico de los santiagueros.

“La gente pasaba por aquí, me veía faja’o con la tierra, y gritaba: ¡Viejo, te vas a morir! Si yo me acobardo en ese momento me hubiera ido también, pero lo mío toda una vida ha sido el trabajo. Pocos, ni los más jóvenes, me ponen un pie “alante” si de campo de trata”, asegura desafiante, pero con sencillez.

“Además, a mí me gusta comer bien, y pa’ comer bien hay que sudar”, y tras pronunciar estas palabras, ¡Ñico se esfumó! Es un lince en dos pies, cuánta vitalidad tiene este hombre, pensaba yo.

Nos reencontramos varios metros más allá. Lavaba las hortalizas recolectadas junto a otro obrero, para luego venderlas en el punto de venta ubicado en la entrada del lugar.

Según supe las cosas mejoraron mucho. Atrás quedaron los tiempos sombríos, gracias sobre todo,  a la tenacidad de Ñico. Los 48 canteros que conforman el área están cultivados con gran variedad de hortalizas y vegetales.  Y con los buenos tiempos llegó también el riego, lo que incrementó la producción.

Cuando intenté retomar la conversación, Ñico, con una velocidad que ni Usaint Bolt le daba alcance, tomó una vara que le triplicaba su estatura, y se dirigió hacia unas matas de coco próximas a un muro.

Vi como se aproximaba con tres cocos entre las manos,  me saludó casi sin detenerse, con una sonrisa como quien dice, quisiera seguir conversando pero tengo trabajo. El cliente que aguardaba por los frutos se hallaba justo a mi lado, y expresó: “ese Ñico sí que trabaja, y no se cansa. Es un correcaminos”. Yo solo sonreí, y cuando me despedía haciendo un gesto con la mano a manera de saludo, dije para mis adentros: qué necesarias son  personas como el viejo Ñico.

(Tomado del Blog Revolución)

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