viernes, 31 de mayo de 2013

El precio de la altura

Por: 

Ilustración: Reynerio TamayoRecientemente escuché, en una conversación entre colegas, que antes los artistas plásticos hablaban de lo nuevo en la obra, de los materiales con que experimentaban, de lo que sentían cuando creaban, en fin, de lo novedoso e interesante del arte. Hoy solo se habla de cuánto se gana, de a dónde me han invitado y de a qué países he ido. Algunos hablan de cuántos premios tienen. Premios otorgados por tres o cuatro “especialistas”.
Reflexioné y me di cuenta de que es cierto, como lo puede ser también que es cada vez más difícil encontrar un espacio en las galerías para mostrar la obra, o que es imposible encontrar un espacio en las Bienales (por invitación) cuando nuestros temas no comulgan con las fórmulas que defiende tal o cual curador. Y es que hoy, cada vez más, las galerías exponen acuradores y no a artistas plásticos.

En nuestro sistema social es absurdo que las poquísimas galerías que existen limiten sus muestras a una cartera de nombres repetidos una y otra vez, sobre todo, cuando es conocida la inexistencia del factor económico ante la ausencia del mercado interno. Proyectos curatoriales paridos por teóricos del arte, no por creadores, copan una y otra vez los espacios. Las muestras constituyen sitios puntuales para una elite muy selecta, con la duración de un día (el día de la inauguración), donde el gran público jamás comprende lo mostrado y por ello no participa.
Son exposiciones de veinticuatro horas para encumbrar a quienes no hacen. En muchas ocasiones, juegos de abalorios entre rocambolescos personajes, nada más.
Las galerías deben abrirse a la búsqueda de talentos, a la pluralidad temática, al verdadero objeto social que tienen: mostrar al público todo el arte cubano contemporáneo.
El negar a un artista verdadero su empeño por mostrar el arte que hace, es parcializar la vida cultural de la ciudad hacia un solo sector de interés estilístico. Tal como si fuésemos los dueños de una pluralidad que no existe, se ignora que en las artes plásticas existen otros muchos modos de hacer arte. Cada vez las bienales tratan los mismos temas porque exponen a los mismos autores o a los mismos grupos temáticos. Refritos de refritos ocupan los espacios, ignorando la frescura de la diversidad que pudiera abrir un verdadero horizonte de intercambio de gustos en el público.
Hoy es imposible ver una muestra de lo nuevo hecho por los maestros de la plástica cubana, porque solo se muestran condensados en “proyectos” de curadores que, con buena intención, pretenden educar, cuando la educación artística no puede partir de un criterio unilateral.
Tal vez aquellos colegas (en su conversación) debieron decir que antes teníamos ganas de crear, defendíamos la creación, se hacían salones de temáticas diversas, en fin, que éramos artistas llevados sobre la estatura de los hombres y las mujeres, y teníamos, desde esa altura, una vista increíble. Hoy, hablamos de cuánto obtenemos, de qué premio concedido por qué “especialista” tenemos, de a qué países hemos ido, de a qué precios vendemos. ¿Qué ha pasado?
Hemos vendido el protagonismo. La palabra dulce dicha por un ciudadano común: “Artista”, se pierde para la mayoría de los creadores de la plástica. El gran público no nos reconoce, hemos perdido la altura.
(tomado del Caimán Barbudo)

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