de aquellos tiempos duramente humanos.
aunque la cruda economía ha dado luz a otra verdad.
Silvio
La “pobreza irradiante y sobreabundante por
los dones del espíritu” que une “los espejuelos modestos de
Varela”; “la levita de las oraciones
solemnes de Martí” ; las raídas ropas de negros, mulatos y blancos
humildes de los
anónimos insurrectos de nuestras guerras
de independencia; la desgastada Biblia del socialista y pastor metodista
Deulofeu; el agua con azúcar prieta, aprieta y dale, de los hogares
de Pogolotti, el primer barrio
obrero de La Habana; el lecho sin pan de Tina y Mella; el estómago
pegado al
espinazo de los descamisados de las columnas de Camilo y Che hacia
occidente; la harina con boniato de mis abuelos de
Aguacate; los parches almidonados de los pantalones pobres pero decentes
de la
infancia de mi padre; el caqui y las botas rusas de la Columna Juvenil
del
Centenario y las escuelas al campo como única indumentaria para
conquistas en
fiestas de Deep Purple, Santana, José Feliciano y Almas Vertiginosas; el
papel gaceta
de Ediciones Huracán; las cuerdas de cables de teléfono de
Experimentación
Sonora; las tres gracias –arroz, chícharo y huevo-- sobre una bandeja de
aluminio
en el comedor de una beca; los guaraches de suelas de goma de camión de
Carlos
Téllez, artesano; el tizne de las ollas
a fuerza de leña y luz brillante; el bolero desentonado en las noches de
apagón, la lavadora rusa, el televisor Caribe, el perro sin tripa, la
pasta de
oca, los pollitos vivos, el picadillo de gofio, las forever bycicle…. la vivimos las cubanas --sobre todo las
cubanas-- y los cubanos, a lo largo de nuestra historia como angustia apostólica
y virtud sacrificial. Es el testimonio más significativo en los últimos 50 años
de la capacidad de hombres y mujeres de remontar las adversas circunstancias
cotidianas que imponía por un lado la “desigualdad engendrada por el
colonialismo, (…) formas abismales de subdesarrollo y la acción perenne de nuestro
gran enemigo” y por otro, errores y desaciertos por cuenta propia. Y no predico
porque la contracción que pudo significar en nuestras circunstancias la gran
redistribución de pan y de belleza que debe suponer cualquier proyecto emancipador signifique que el
socialismo por ley sea siempre un proyecto carencial. La materialidad de la
felicidad junto con la redistribución del poder, la soberanía popular, el
acceso a la cultura y la información, la libertad, la dignidad de mujeres y hombres y el respeto
a los derechos de la naturaleza deben ser conquistas y derechos a garantizar en las concreciones
de los proyectos de quienes lo intenten ahora y siempre.
Pero en nuestro caso, esa virtud consagrada en
el sacrificio, en el apostolado de la causa revolucionaria, en las esperanzas
de un futuro promisorio y en el chiste irreverente con angustias, desaciertos y
dirigentes, fue posible gracias a que el hecho revolucionario transformó la
vida de las personas y sus relaciones, y la transformación cultural fue tal que
las cubanas y cubanos que borraron el sinsabor de la epopeya frustrada de la
zafra con cerveza en perga de cartón en los famosos carnavales del 70 eran
radicalmente distintos a los que alcanzaron y vitorearon el triunfo del primero
de enero. Pero sobre todas las cosas, porque las botas rusas, el pitusa de caqui
y la melena reprimida estaban llenos de revolución, y con ellos asistimos a fiestas
y conflictos desgarradores, a trabajos voluntarios y enfrentamientos
ideológicos, a victorias celebradas y
mezquindades, a la irrupción de los Van
Van y a los santos en el closet. Silvio, Pablo, Noel y “tantos muchachos hijos
de esta fiesta” ponían la banda sonora mientras fumábamos tupamaros, desembarcábamos en la Patricio
Lumumba, gritábamos libertad pa´ los pescadores, jugábamos a los Comandos del
Silencio. El speddrun, Black Power, Power to the People, free Angela Davis los sentíamos como nuestros, y sobre las mismas
botas y el camuflaje cambiamos las manos del timón de un taxi chevy por el de una rastra en caravana
en la guerra de Angola.
“El futuro se hizo mucho más dilatado en el
tiempo pensable y fue convertido en proyecto”, y sus objetivos retaban a lo
imposible, porque de lo posible se sabía demasiado; esa
“audacia se convirtió en confianza y costumbre” y fue el sustento de
tanta resistencia. La epopeya de la Revolución Cubana era la principal fuente
de producción de sentido de vida de la inmensa mayoría de los cubanos y las cubanas.
Pero a principios de los 70 y en los años subsiguientes le cargaron mataduras
al proyecto y los bolos contaminaron tanta obra del espíritu, la que tanto
había ayudado “a crear firmeza de
convicciones, capacidad de sacrificio, disciplina, entre otras virtudes”; por
el contrario, se censuró la rebeldía, el criterio propio, el pensamiento
crítico y la crítica al pensamiento, lo que provocó, cierto, “extraordinarias
combinaciones de avances muy notables que cambiaron decisivamente al país, y
desviaciones y retrocesos también notables, que hicieron mucho daño y han
dejado hondas huellas”.
Comenzó a alejarse de entre nosotros una
inédita posibilidad cultural (espiritual) para las revoluciones socialistas de
liberación nacional: aquella que tenía
su sustrato en la “pobreza irradiante y sobreabundante por los dones del
espíritu”, aquella en que se subvertía la ética del tener por la ética del ser;
aquella que ayudaba a que la Revolución nuestra fuese un valladar y una alternativa
frente a las lógicas del desarrollo y el
bienestar de la modernidad; aquella que
pudo parir una nueva subjetividad para la otra relación con las cosas, un
consumo modesto y el goce sano que nos
ayudara a administrar personal y socialmente la necesidad y el deseo dentro de límites éticos, estéticos,
espirituales y ecológicos y que la plenitud, la vida digna a que aspirásemos fuese
un testimonio de humildad y de solidaridad
con los otros y las otras.
Es cierto que a partir de 1986 el proceso de
rectificación volvió a poner la mirada en el proyecto nuestro y la mano en el
arado cubano que labra el surco de esta epopeya. Pero el óvulo fecundado de
nuestros hijos e hijas abrió sus ojos cuando la resistencia de sus padres fue
puesta a prueba y, para casi todos, la
vida cotidiana fue duras carencias y proezas por poner un plato en la mesa. La
pobreza y el sacrificio dolían; la virtud y el decoro recibieron golpes
abrumadores y la promesa de la “tierra sin males” perdió asidero en cabezas y
corazones. Pacotilla y consumismo atraparon a no pocos de los que fueron
“saliendo de uno en uno del Período Especial”. Los padres sintieron en el alma la
cercanía del fin del tiempo que fue futuro, con sentimientos muy encontrados que no pocos
llevaban como “la espina de la promesa incumplida”. ¿Y nuestros hijos e hijas, los jóvenes? Esa
factura se la cobran al proyecto, y su relación con el proceso ha sido muy
compleja y diversa. No es desestimable la anomia social.
Si de lo que se trata es, como dice Aurelio, de
reinventar el socialismo, y el
socialismo por sobre todas las cosas es una obra cultural y del espíritu, seriamos
irresponsables si no reconocemos que hoy
son disimiles las motivaciones y los proyectos personales y grupales de muchas
y muchos en esta isla, y que muchos de ellos, por su naturaleza, son un desafío
si queremos recolocar la promesa, el proyecto y sus valores entre las fuentes
de producción de sentido de vida, si queremos fortalecer y garantizar la continuidad del
proyecto socialista. A esta tarea inmensa le son imprescindibles
condiciones materiales dignas para la
reproducción de la vida, entre ellas la dignificación del trabajo y su
retribución, pero en lo que esto sucede
para las mayorías, como antaño, los cubanos y las cubanas tenemos reservas para
ir más allá de las circunstancias. Lo muestran en estos días los habitantes de la
región oriental, brutalmente dañada por el huracán Sandy, y los que nos movemos
en solidaridad con ellos. Fernando afirma que hay más de una solución
posible. Para desplegar en toda su intensidad las soluciones en curso y todas
aquellas que se pudieran emprender, la gente necesita sentirse motivada, y la
mejor manera de lograrlo es cuando uno se siente que forma parte, que lo que se
va a hacer contó con su contribución —y el debate en torno a los lineamientos
fue un buen prólogo— y que mantiene el control y disfruta de sus resultados.
Los cubanos y las
cubanas viviremos, de ahora en adelante, con una buena contribución del
esfuerzo propio, y como ha sido ratificado, pensando con cabeza propia. Así
como se precisa, nos dice Aurelio, de
“mecanismos que hagan innecesarias (o suplementarias al menos) las
exhortaciones” para elevar la producción y la eficiencia y un funcionamiento de
estos que armonice la contribución de
los sectores estatal y no estatal de la economía, es imprescindible que el
pensamiento con cabeza propia de nuestros conciudadanos y conciudadanas encuentre cauces institucionales, hoy
deficitarios, para incrementar su papel, de manera orgánica, en las decisiones
políticas. En un tiempo
en que el liderazgo histórico de la
Revolución no estará más entre nosotros y nosotras, debemos innovar y
fortalecer la soberanía popular. Por un
lado, el poder de los trabajadores en las organizaciones económicas para el ejercicio
del control popular y obrero de la gestión empresarial estatal y privada, su
responsabilidad social y ambiental. Por otro lado, la
participación popular consciente, organizada y crítica en el ejercicio
institucionalizado de la opinión pública y en mecanismos efectivos de control
popular sobre las instituciones, dirigentes y los estamentos burocráticos; y sobre todo, la participación en la planificación y en
la implementación de políticas sociales y
en la rendición de cuentas como mecanismo de seguimiento y evaluación de la
gestión en los territorios. Estas son tareas pendientes para que el socialismo
sea entre nosotros expresión de un poder de la gente al servicio de la gente.
Empeñémonos en arraigar el ideal, la promesa,
el proyecto socialista en los diferentes sectores del pueblo cubano. Solo así podremos
mantener un proyecto de nación independiente,
justa, solidaria y fraterna, próspera para todos y todas, con respeto a la
naturaleza, inclusiva de la diversidad
nacional, que rechace cualquier forma de discriminación, que es el
horizonte que la Revolución, por su raíz popular, situó como deseado y posible.
En sus viajes por los países socialistas e
intentando comprender la crisis que dio al traste con esos regímenes, Frei
Betto habló de hambre de pan y de belleza, y mi padre en su tribuna
parlamentaria y sus sermones dominicales reclamaba que este pueblo merece un refrigerio.
Merecemos un refrigerio de pan y de
belleza. Raúl Castro nos dijo sin tapujos que esta era la última oportunidad: la
última oportunidad para la Revolución cubana de desplegar aquella posibilidad
infinita que no lograron los socialismos históricamente existentes, que
acompaña desde siempre entre nosotros José Martí, de reinventar el proyecto como toda la
felicidad posible para todos y todas, de no dejarnos bloquear por la dificultad
que significa imaginar cómo hacer las cosas más allá de la lógica del mercado y
del dinero y vivir intensamente el imaginario del fin del capitalismo. Otro
modo de ser entre los seres humanos y otro modo de estar con la naturaleza.
Y “bendito sea el paraíso algo infernal que me
parió”.
Noviembre 11 y 2012
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