lunes, 19 de noviembre de 2012

Materialmente humildes, sobreabundantes por los dones del espíritu

Por Joel Suárez Rodés

de aquellos tiempos duramente humanos.
aunque la cruda economía ha dado luz a otra verdad.
Silvio

La “pobreza irradiante y sobreabundante por los dones del espíritu”   que une “los espejuelos modestos de Varela”;  “la levita de las oraciones solemnes de Martí” ; las raídas ropas de negros, mulatos y blancos humildes de los anónimos insurrectos  de nuestras guerras de independencia; la desgastada Biblia del socialista y pastor metodista Deulofeu;  el agua con azúcar prieta, aprieta y dale,  de los hogares de Pogolotti, el primer barrio obrero de La Habana; el lecho sin pan de Tina y Mella; el estómago pegado al espinazo de los descamisados de las columnas de Camilo y Che  hacia occidente;   la harina con boniato de mis abuelos de Aguacate; los parches almidonados de los pantalones pobres pero decentes de la infancia de mi padre; el caqui y las botas rusas de la Columna Juvenil del Centenario y las escuelas al campo como única indumentaria para conquistas en fiestas de Deep Purple, Santana, José Feliciano y Almas Vertiginosas; el papel gaceta de Ediciones Huracán; las cuerdas de cables de teléfono de Experimentación Sonora; las tres gracias –arroz, chícharo y huevo-- sobre una bandeja de aluminio en el comedor de una beca; los guaraches de suelas de goma de camión de Carlos Téllez, artesano;  el tizne de las ollas a fuerza de leña y luz brillante; el bolero desentonado en las noches de apagón, la lavadora rusa, el televisor Caribe, el perro sin tripa, la pasta de oca, los pollitos vivos, el picadillo de gofio, las forever bycicle….  la vivimos las cubanas --sobre todo las cubanas-- y los cubanos, a lo largo de nuestra historia como angustia apostólica y virtud sacrificial. Es el testimonio más significativo en los últimos 50 años de la capacidad de hombres y mujeres de remontar las adversas circunstancias cotidianas que imponía por un lado la “desigualdad engendrada por el colonialismo, (…) formas abismales de subdesarrollo y la acción perenne de nuestro gran enemigo” y por otro, errores y desaciertos por cuenta propia. Y no predico porque la contracción que pudo significar en nuestras circunstancias la gran redistribución de pan y de belleza que debe suponer cualquier  proyecto emancipador signifique que el socialismo por ley sea siempre un proyecto carencial. La materialidad de la felicidad junto con la redistribución del poder, la soberanía popular, el acceso a la cultura y la información, la libertad,  la dignidad de mujeres y hombres y el respeto a los derechos de la naturaleza deben ser conquistas  y derechos a garantizar en las concreciones de los proyectos de quienes lo intenten ahora y siempre.

Pero en nuestro caso, esa virtud consagrada en el sacrificio, en el apostolado de la causa revolucionaria, en las esperanzas de un futuro promisorio y en el chiste irreverente con angustias, desaciertos y dirigentes, fue posible gracias a que el hecho revolucionario transformó la vida de las personas y sus relaciones, y la transformación cultural fue tal que las cubanas y cubanos que borraron el sinsabor de la epopeya frustrada de la zafra con cerveza en perga de cartón en los famosos carnavales del 70 eran radicalmente distintos a los que alcanzaron y vitorearon el triunfo del primero de enero. Pero sobre todas las cosas, porque las botas rusas, el pitusa de caqui y la melena reprimida estaban llenos de revolución, y con ellos asistimos a fiestas y conflictos desgarradores, a trabajos voluntarios y enfrentamientos ideológicos,  a victorias celebradas y mezquindades,  a la irrupción de los Van Van y a los santos en el closet. Silvio, Pablo, Noel y “tantos muchachos hijos de esta fiesta” ponían la banda sonora mientras  fumábamos tupamaros, desembarcábamos en la Patricio Lumumba, gritábamos libertad pa´ los pescadores, jugábamos a los Comandos del Silencio. El speddrun, Black Power, Power to the People, free Angela Davis los sentíamos como nuestros, y sobre las mismas botas y el camuflaje cambiamos las manos del timón de un taxi chevy por el de una rastra en caravana en la guerra de Angola.

“El futuro se hizo mucho más dilatado en el tiempo pensable y fue convertido en proyecto”, y sus objetivos retaban a lo imposible, porque de lo posible se sabía demasiado;  esa  “audacia se convirtió en confianza y costumbre” y fue el sustento de tanta resistencia. La epopeya de la Revolución Cubana era la principal fuente de producción de sentido de vida de la inmensa mayoría de los cubanos y las cubanas. Pero a principios de los 70 y en los años subsiguientes le cargaron mataduras al proyecto y los bolos contaminaron tanta obra del espíritu, la que tanto había ayudado  “a crear firmeza de convicciones, capacidad de sacrificio, disciplina, entre otras virtudes”; por el contrario, se censuró la rebeldía, el criterio propio, el pensamiento crítico y la crítica al pensamiento, lo que provocó, cierto, “extraordinarias combinaciones de avances muy notables que cambiaron decisivamente al país, y desviaciones y retrocesos también notables, que hicieron mucho daño y han dejado hondas huellas”.
Comenzó a alejarse de entre nosotros una inédita posibilidad cultural (espiritual) para las revoluciones socialistas de liberación nacional:  aquella que tenía su sustrato en la “pobreza irradiante y sobreabundante por los dones del espíritu”, aquella en que se subvertía la ética del tener por la ética del ser; aquella que ayudaba a que la Revolución nuestra fuese un valladar y una alternativa frente a  las lógicas del desarrollo y el bienestar de la modernidad;  aquella que pudo  parir una nueva subjetividad  para la otra relación con las cosas, un consumo modesto y el goce sano  que nos ayudara a administrar personal y socialmente la  necesidad y el deseo  dentro de límites éticos, estéticos, espirituales y ecológicos y que la plenitud, la vida digna a que aspirásemos fuese un testimonio de humildad  y de solidaridad con los otros y las otras.

Es cierto que a partir de 1986 el proceso de rectificación volvió a poner la mirada en el proyecto nuestro y la mano en el arado cubano que labra el surco de esta epopeya. Pero el óvulo fecundado de nuestros hijos e hijas abrió sus ojos cuando la resistencia de sus padres fue puesta a prueba y, para casi todos,  la vida cotidiana fue duras carencias y proezas por poner un plato en la mesa. La pobreza y el sacrificio dolían; la virtud y el decoro recibieron golpes abrumadores y la promesa de la “tierra sin males” perdió asidero en cabezas y corazones. Pacotilla y consumismo atraparon a no pocos de los que fueron “saliendo de uno en uno del Período Especial”. Los padres sintieron en el alma la cercanía del fin del tiempo que fue futuro,  con sentimientos muy encontrados que no pocos llevaban como “la espina de la promesa incumplida”.  ¿Y nuestros hijos e hijas, los jóvenes? Esa factura se la cobran al proyecto, y su relación con el proceso ha sido muy compleja y diversa. No es desestimable la anomia social. 
 
Si de lo que se trata es, como dice Aurelio, de  reinventar el socialismo, y el socialismo por sobre todas las cosas es una obra cultural y del espíritu, seriamos irresponsables si no reconocemos  que hoy son disimiles las motivaciones y los proyectos personales y grupales de muchas y muchos en esta isla, y que muchos de ellos, por su naturaleza, son un desafío si queremos recolocar la promesa, el proyecto y sus valores entre las fuentes de producción de sentido de vida, si queremos fortalecer y garantizar la continuidad del proyecto socialista. A esta tarea inmensa le son imprescindibles  condiciones materiales dignas para la reproducción de la vida, entre ellas la dignificación del trabajo y su retribución,  pero en lo que esto sucede para las mayorías, como antaño, los cubanos y las cubanas tenemos reservas para ir más allá de las circunstancias. Lo muestran en estos días los habitantes de la región oriental, brutalmente dañada por el huracán Sandy, y los que nos movemos en solidaridad con ellos.   Fernando afirma que hay más de una solución posible. Para desplegar en toda su intensidad las soluciones en curso y todas aquellas que se pudieran emprender, la gente necesita sentirse motivada, y la mejor manera de lograrlo es cuando uno se siente que forma parte, que lo que se va a hacer contó con su contribución —y el debate en torno a los lineamientos fue un buen prólogo— y que mantiene el control y disfruta de sus resultados.
Los cubanos y las cubanas viviremos, de ahora en adelante, con una buena contribución del esfuerzo propio, y como ha sido ratificado, pensando con cabeza propia. Así como se precisa, nos dice Aurelio,  de “mecanismos que hagan innecesarias (o suplementarias al menos) las exhortaciones” para elevar la producción y la eficiencia y un funcionamiento de estos  que armonice la contribución de los sectores estatal y no estatal de la economía, es imprescindible que el pensamiento con cabeza propia de nuestros conciudadanos y conciudadanas  encuentre cauces institucionales, hoy deficitarios, para incrementar su papel,  de manera orgánica, en las decisiones políticas. En un tiempo en que  el liderazgo histórico de la Revolución no estará más entre nosotros y nosotras, debemos innovar y fortalecer  la soberanía popular. Por un lado, el poder de los trabajadores en las organizaciones económicas para el ejercicio del control popular y obrero de la gestión empresarial estatal y privada, su responsabilidad social y ambiental. Por otro lado, la participación popular consciente, organizada y crítica en el ejercicio institucionalizado de la opinión pública y en mecanismos efectivos de control popular sobre las instituciones, dirigentes  y los estamentos burocráticos;  y sobre todo, la participación en la planificación y en la implementación  de políticas sociales y en la rendición de cuentas como mecanismo de seguimiento y evaluación de la gestión en los territorios. Estas son tareas pendientes para que el socialismo sea entre nosotros expresión de un poder de la gente al servicio de la gente.
Empeñémonos en arraigar el ideal, la promesa, el proyecto socialista en los diferentes sectores del pueblo cubano. Solo así podremos mantener  un proyecto de nación independiente, justa, solidaria y fraterna, próspera para todos y todas, con respeto a la naturaleza, inclusiva de la diversidad  nacional, que rechace cualquier forma de discriminación, que es el horizonte que la Revolución, por su raíz popular,  situó como deseado y posible.

En sus viajes por los países socialistas e intentando comprender la crisis que dio al traste con esos regímenes, Frei Betto habló de hambre de pan y de belleza, y mi padre en su tribuna parlamentaria y sus sermones dominicales reclamaba que este pueblo merece un refrigerio. Merecemos  un refrigerio de pan y de belleza. Raúl Castro nos dijo sin tapujos que esta era la última oportunidad: la última oportunidad para la Revolución cubana de desplegar aquella posibilidad infinita que no lograron los socialismos históricamente existentes, que acompaña desde siempre entre nosotros José Martí,  de reinventar el proyecto como toda la felicidad posible para todos y todas, de no dejarnos bloquear por la dificultad que significa imaginar cómo hacer las cosas más allá de la lógica del mercado y del dinero y vivir intensamente el imaginario del fin del capitalismo. Otro modo de ser entre los seres humanos y otro modo de estar con la naturaleza. 
Y “bendito sea el paraíso algo infernal que me parió”.

Noviembre 11 y 2012

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