Por Saul Landau y Nelson P. Valdés
¿Puede
Estados Unidos exportar la democracia a otro país? En apariencia el
gobierno, de manera particular USAID, y los medios masivos así lo
creen. Pero emergen algunos asuntos peliagudos ya que nosotros –EE.UU.
de A.– la “ciudad en la colina”, representamos el “excepcionalismo”.
Estados Unidos, nos enseñan nuestros maestros, fue el regalo
especial de Dios al mundo. Dios bendiga a Estados Unidos. Sin embargo,
como la excepción, ¿intentamos irónicamente exportar las mismas
cualidades que nos hacen excepcionales? ¿O quizás nuestra elite de la
política quiere que otros países se comporten como socios menores de la
GRAN EXCEPCIÓN?
Es más, el “excepcionalismo” norteamericano se ha desarrollado desde
el siglo 17, cuando el “Pueblo escogido” desembarcó en “La Ciudad en
la Colina” (Boston, Massachusetts) y otros llegaron “la tierra
prometida” (Virginia) y trajeron esclavos de África para cultivar sus
tierras.
El “Sueño” norteamericano también ha evolucionado para convertirse
en tierra de ejecución de hipotecas y desalojos en la mejor democracia
que el dinero puede comprar. Y los bancos suministran las tarjetas de
crédito que han ayudado a que comprar se trastoque en nuestro valor
espiritual universal.
Cuando las naciones desobedecen las reglas norteamericanas, como
Cuba comenzó a hacer en enero de 1959 como consecuencia de su
revolución, Washington aplica reprimendas y castigo. En octubre de 1960,
el presidente Eisenhower invocó la retórica de la Guerra Fría para
ocultar sus verdaderos motivos. Castigó a la desobediente Cuba al
imponer un embargo. Kennedy formalizó ese corte de las relaciones
económicas con la Isla, dos años después, durante la Crisis de los
Misiles.
Sin embargo, para fines de la década de 1990, la Unión Soviética y
la Guerra Fría habían desaparecido y Washington encontró nuevas
“razones” para mantener su hostil política hacia Cuba: una nueva versión
de la contrarrevolución emergió bajo el nombre de “promoción de la
democracia” o la TERCERA OLA de democratización, una grotesca
inexactitud que articulan esos profesores universitarios que aspiran a
cargos en el gobierno y para lo cual reciben subvenciones. Para la
década de 1990, los aspirantes al poder y al status en el
gobierno y los medios aprovecharon la ocasión financiada federalmente y
llamada “construcción de una sociedad civil en Cuba”.
La elite de Washington y Miami no identificó organizaciones
democráticas en la Isla. Así que planearon exportar el modelo de EE.UU.
–“La Pequeña Habana” en la gran Cuba. Y hacerlo de la manera
norteamericana, pagar a gente aquí para desarrollar una sociedad civil
–“construcción de la democracia”– allá.
Miami se destacó como ejemplo de sociedad civil. El proyecto de
democracia para Cuba no dice que Miami tiene 163 crímenes por milla
cuadrada, una cifra que debe inspirar claramente a los cubanos de la
Isla. Otros datos de Miami dignos de imitar, son: una Tasa de Crímenes
violentos tres veces más altas que el promedio nacional, incluyendo un
sorprendentemente elevado índice de asesinatos que ciertamente serán la
envidia de los residentes de La Habana. Miami se enorgullece también
de una tasa de robos tres veces mayor que el promedio nacional. De cada
1 000 residentes en Miami-Dade, 7,36 por ciento son asaltados,
comparado con el promedio nacional de 2,52 por ciento. De igual manera,
las tasas de robo con y sin allanamiento del sur de la Florida son
excepcionalmente elevadas.
(http://www.bestplaces.net/docs/studies/crime3.aspx; http://www.neighborhoodscout.com/fl/miami/crime/)
Según el FBI, Miami también se ha convertido en el centro del fraude
a Medicare y del robo de identidad. Es más, el FBI ha creado una
Fuerza de Tarea de Fraude a Medicare y una de ellas se encuentra en el
condado de Miami-Dade. Tal paraíso de la sociedad civil seguramente
debiera tentar a 11 millones de cubanos a derrocar a su gobierno e
importar la opción norteamericana. Adoramos nuestra sociedad civil.
Pero las cifras anteriores arrojan una sombre sobre su civilidad.
Sorprendentemente, ningún reportero ha preguntado a funcionarios de EE.UU. qué quieren decir cuando piden que exista una “sociedad civil en Cuba. Rastreen el término hasta la revolución francesa y a la versión de Jean Jacques Rousseau: una sociedad civil traería la paz a todos y garantizaría el derecho a la propiedad para aquellos lo suficientemente afortunados como para tener posesiones; o una ventaja para los dueños de propiedades, ya que transforma su propiedad de facto en propiedad por derecho y mantiene a los pobres desposeídos. En su contrato social, el gobierno garantiza que los pobres obtengan mucho menos del acuerdo que los ricos. Pero los ricos viven en el temor y la preocupación porque creen que los pobres se alzaran y se apoderarán de sus propiedades.
Es más, la burguesía diseñó la sociedad civil en la Francia
postrevolucionaria para asegurar sus propiedades, privilegios, poder y
status.
Para la elite de la política imperial norteamericana, la
reintroducción de esta vieja frase ofreció sonidos reconfortantes, pero
de poco significado para el pueblo.
Para llevar la sociedad civil a Cuba, la elite política ideó un plan
para crear la intranquilidad social en Cuba al hacer atractiva
financieramente a la “disidencia”. Pero los que reciben subvenciones
promocionales de sociedad civil dentro de Cuba sirven a intermediarios
mucho mejor pagados en EE.UU.: los empresarios con sede en Miami o
Washington que ganan mucho dinero en el negocio de las “subvenciones de
sociedad civil”.
Ellos se embolsan grandes sumas de los dólares de los
contribuyentes; luego subcontratan partidas más pequeñas a los
receptores dependientes en Cuba. Por su trabajo “político” en la isla,
los receptores cubanos reciben DÁDIVAS del gobierno de EE.UU., como los
“estafadores de la asistencia social”. Los llamados “disidentes”
desfilan por las calles de La Habana bajo el digno título de “Damas de
Blanco”.
Extrañamente, el gobierno norteamericano no promueve a los
verdaderos productores independientes de la isla. Por ejemplo, a los
cultivadores de tabaco o café –la mayoría de ellos agricultores
familiares, independientes del estado desde el siglo 17–, la ley de
EE.UU. les impide vender sus productos a los norteamericanos, a pesar
del hecho de que si lo hicieran pudieran convertirse en una clase
autónoma de productores. Pero la ley norteamericana permite a nuestro
gobierno enviar el dinero de los contribuyentes a los cubanos en la
isla que nunca desarrollan una base económica independiente, pero
continúan un ciclo de dependencia de la Tesorería de EE.UU.
Los cubanos derrocaron la vieja sociedad civil anterior a enero de
1959 porque no se comportaba de manera civil. En 1952, el general
Fulgencio Batista realizó un golpe de estado, recibió la bendición de
EE.UU.; luego torturó y asesinó a sus opositores y se fue a la cama de
los casinos con la Mafia. Pero siempre se comportó de manera obediente
hacia Washington. Por esas razones, la mayoría de los cubanos que
derrocaron a la sociedad civil de Batista deseaba un orden diferente,
una sociedad basada en la igualdad y la justicia social, no en los
derechos de propiedad. También lucharon por un viejo objetivo cubano:
la soberanía e independencia de los dictados de Washington.
Las propietarios y los que aspiraban a propiedades no apreciaron el
levantamiento revolucionario. Ni tampoco los poderosos en Washington.
Después de medio siglo de violencia (terrorismo) y estrangulación
económica como políticas para derrocar al gobierno revolucionario, los
funcionarios de EE.UU. han cambiado para la creación de la “sociedad
civil”.
Cada año, el Congreso asigna dinero por medio de USAID para
subvertir el nuevo orden y reemplazarlo con una sociedad civil al
estilo de la de EE.UU. –nuestro efervescente producto, pero sin el
carbonatado de la Coca Cola. Sin embargo, la real y nueva sociedad civil
cubana está en desarrollo, a instancias del gobierno cubano, y nadie
en Foggy Bottom parece saberlo ni interesarse por ella.
(*) Uno de los barrios más antiguos de Washington, sede de embajadas, el FMI, el Banco Mundial y el Departamento de Estado.
El filme de Saul Landau, Por favor, que el verdadero terrorista se ponga de pie, se
proyectará el 24 de octubre en el Festival Internacional de Cine de
Vermont. Nelson Valdés es Profesor Emérito de la Universidad de Nuevo
México.
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