miércoles, 5 de septiembre de 2012

Gumersindo Pacheco: “A la caza de lo extraordinario”

Helen H. Hormilla • La Habana
Foto: Ernesto G

Tendría unos 12 años cuando leí por primera vez a Gumersindo Pacheco. Sin conocer el origen del autor, probablemente todavía muy joven, mi madre puso en mis manos María Virginia está de vacaciones, cuya portada de fondo azul reproducía una simpática ilustración de una muchacha flacucha y algo despeinada, que, según descubriría después, traía por las nubes —o en la luna de Valencia— al protagonista. Las peripecias y enamoramiento de aquel jovenzuelo soñador me atraparon instantáneamente, al punto de recluirme varios días en la lectura soltando carcajadas en la más absoluta soledad. Pasé el libro a mi mejor amiga, como un descubrimiento trascendente, y desde entonces se nos volvió costumbre regresar a sus páginas cada cierto tiempo. El ejemplar lo extravié en uno de esos trayectos, pero 13 años después pude regalarle a mi hermana adolescente la nueva edición de Gente Nueva, en una especie de heredada revelación.
La capacidad comunicativa de la historia permanecía intacta pese a haber superado otra generación lectora. En la simpleza aparente de la anécdota, Gumersindo Pacheco sintetiza los dilemas universales de la adolescencia, una de las etapas más confusas de la vida, que entremezcla a los matices propios de la realidad e identidad cubanas. Regresar a su novela desde otro estado de madurez, así como a la siguiente: María Virginia, mi amor, no solo volvió a estimular el estado hilarante, sino que me llevó a percibir nuevas significaciones a partir de la disección de la Cuba de finales de los 80 e inicios de los 90 desde la mirada ingenua de un muchacho embelesado, que pone en evidencia problemas como el burocratismo y la doble moral.

Prístina como el alma guajira es la prosa de este cubano, nacido en el pueblo de Cabaiguán, en Sancti Spíritus, en 1956. De ese medio provinciano se nutren varias de sus narraciones, en las que el humor, más que recurso pautado, se convierte en el ambiente mismo que da lugar a la acción. Aunque no tenía planeado ser un escritor, Sindo se dio a conocer como parte del movimiento de talleres literarios en los 80 y su libro de cuentos Oficio de Hormigas ganó en 1990 el Premio Abril a las mejores obras dedicadas a los jóvenes. En esta misma línea siguió con Esos Muchachos (Editorial Gente Nueva, 1994) y María Virginia está de vacaciones, novela que lo consagró en 1994 con el Premio Casa de las Américas, el premio anual La Rosa Blanca que concede la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y el Premio de la Crítica a las mejores obras publicadas en Cuba durante ese año. María Virginia, mi amor o María Virginia y yo en la luna de Valencia fue finalista del Norma-Fundalectura y se publicó por primera vez en 1998 por esa editorial colombiana, con posteriores reediciones. Tiene además el volumen de cuentos Legalidad Post Mortem, Premio Bustar Viejo de Madrid en 1995; la novela Las raíces del tamarindo, finalista del EDEBÉ y publicada en Barcelona en 2001; y Mañana es Navidad, editada en 2009 por Iduna de Miami, EE.UU., donde reside hace varios años. 
 
Desde allí me llegaron las pistas de Gumersindo Pacheco, a través de una foto publicada en el muro de Facebook de una amiga común, también lectora admirada de su obra. La curiosidad periodística me hizo rastrear el contacto e intentar este diálogo, con el cual también saldaba la deuda de mis añoranzas infantiles. El escritor resultó ser el hombre humilde que se sorprende ante el interés por sus páginas, como si el mundo transcurriese aún sobre las aceras de su pueblo natal. Con varios años de más, muchas páginas escritas y alguna que otra cicatriz trashumante, Sindo Pacheco parece conservar el alma del niño temeroso de los grandes libracos y que, sin embargo, terminó convertido en escritor. 

El ambiente de su pueblo, Cabaiguán, es una constante en su literatura. ¿Cómo recuerda la etapa de su niñez y adolescencia en este lugar? ¿Qué es lo que más añora?
Cabaiguán es un sitio muy sui géneris, con un ambiente también muy especial. Fundado por la mezcla de nativos y de inmigrantes, principalmente de las Islas Canarias, fue creciendo y consolidándose a lo largo de todo el siglo XX. De mi niñez, allá por los años 60, recuerdo a mis amigos (aún los conservo a casi todos); recuerdo con nostalgia los lugares que ya han desaparecido (hoteles de madera de dos pisos, bodegas, cafeterías, el cinematógrafo municipal en la mejor etapa del cine de aventuras, aquella legión de vendedores ambulantes que ofrecían desde churros hasta relojes que no daban la hora, los circos ambulantes que venían por temporadas al igual que “Los Caballitos”, con la estrella, el tiro al blanco, los barcos, el famoso Sacatripas: un pequeño trencito que se movía por una línea improvisada, que tenía una altura máxima de cuatro o cinco metros, pero que a nosotros nos parecía tenebroso); recuerdo mucho la euforia que reinaba, aquella cosa carnavalesca que diariamente veía a mi alrededor; recuerdo las panaderías, donde a cualquier hora del día o de la noche vendían un pan acabado de sacar del horno, que era una verdadera bendición; recuerdo talleres de mecánica, heladerías, la refinería de petróleo, el Charco de Pedro, donde aprendimos a nadar la mayoría de los muchachos de mi generación: la generación del Charco de Pedro; carpinterías, en las cuales me infiltraba para ver al carpintero, que entonces para mí era como un mago, extrayendo trompos, ruedas de carro, bates de pelota, muebles, figuras increíbles de la madera, bajo el olor del cedro, del pino o la caoba; recuerdo con mucho cariño mi primera escuela y a mis primeros maestros. 

De la adolescencia, tengo la noción de aquella molestia por crecer, por abandonar la niñez, por ser “otro”, aquella metamorfosis en la cual íbamos entrando irremediablemente; pero también recuerdo los deportes de esa etapa, las primeras relaciones, las aventuras, el misterio del establecimiento en los grupos, de buscar un sitio para uno, de ser uno mismo a pesar de ir siendo otro. De esa época añoro el afán de diversión sin límites que teníamos, de reírnos de todo y por todo, de ser protagonistas.

¿Pensaba por entonces convertirse en escritor? ¿Cómo fue ese proceso y de qué fuentes se nutrió?
Ni remotamente pensaba que iba a ser escritor. Aún no estoy seguro de serlo. Soy más bien un hombre que escribe, o que sueña. Odiaba la literatura, los libracos enormes que nos imponían leer en la Secundaria, y de los cuales jamás terminé ninguno. Y aunque era mejor en las matemáticas y las ciencias, sabía arreglármelas para aprobar las pruebas a base de astucias. Una vez, ya entrado en los 20, me sorprendí escribiendo un relato, sin saber para qué diablos podía servir aquello. Me quedé muy asombrado porque pensé que jamás podría escribir otro. Consideraba que era un súper cuento y como no sabía que existían talleres literarios ni nada por el estilo, se lo mostré a mis amigos, algunos de los cuales me miraron compasivamente mientras negaban con la cabeza, y otros me acabaron de hundir pues me hicieron creer que el cuento era brillante. Tuve que escribir aproximadamente 20 relatos tan infames como aquel para darme cuenta de que no sabía ni redactar. Por aquellos tiempos me incorporé al Taller Literario de Cabaiguán, y poco tiempo después conocí al primer escritor de verdad, Eduardo Heras León, en un evento provincial de literatura. Mi relato no obtuvo ni mención, pero parece que él vio algo en la forma como yo redactaba mis infamias, y me brindó todo su apoyo, asesorándome, señalándome lecturas que se avenían con mi estilo. Mucho de lo que aprendí en los años siguientes se lo agradezco a él, a su sinceridad, a su franqueza. Luego recibí ayuda de escritores más jóvenes como Senel Paz, Francisco López Sacha, Félix Luis Viera, entre otros.
¿Cómo surgió el personaje de María Virginia? ¿Qué inspiró la historia de esas novelas?
María Virginia no surge a partir de algo en específico, por así decirlo. Más bien es resultado de una idealización de los rasgos y los caracteres de muchas personas que conocí, con los cuales se fue conformando el personaje literario, añadiéndole un poco de imaginación. Las historias de esas novelas formaban parte de nuestras vidas de entonces. Éramos muchachos aventureros, irreverentes, rebeldes (casi siempre sin causa), a la caza de lo extraordinario, de lo increíble, de ir un poco más allá de donde íbamos.

Casi siempre los escritores van dejando rastros de sí mismos en sus obras. ¿Cuánto de Sindo tiene el protagonista de esas novelas?
El rastro de mí mismo que he dejado no es otro que el recuerdo de mucha gente que conocí, como si haciendo eso estuviera saldando alguna deuda de gratitud.
El personaje de Ricardo, al igual que el de María Virginia o el de Mariano Jesusón, está formado por mi experiencia personal y por elementos de muchas personas. A mi modo de ver, luego del paso de los años, creo un poco que esos personajes esquemáticos, ridículos, arrogantes, sinceros, resumen a su manera una época irrepetible en nuestra Patria, una Cuba que ya no es ni será, pero que vive en la memoria de los que la conocieron y en la imaginación de los lectores más jóvenes. 

¿Por qué su interés por descifrar los conflictos de la adolescencia?
No tengo un interés específico por descifrar los conflictos de la adolescencia. Sucede que la adolescencia es una época muy rica en contradicciones, que un escritor no debía, pienso yo, pasar por alto.

¿Qué otras preocupaciones le cercan como escritor, sobre todo en la etapa más reciente?
Me preocupa la pérdida de valores que observo en la sociedad en general, un asunto que me parece de naturaleza global; también la intolerancia, las migraciones forzadas, el desarraigo, cuestiones que considero de las peores plagas de la humanidad.

La llamada literatura para jóvenes por lo general se asocia con el género fantástico y de aventuras, pero en su caso el humor es uno de los recursos más atrayentes. ¿Qué es lo más complejo de llevar el humor a la literatura, especialmente si esta se piensa para las primeras edades?
Exactamente no sabría explicar qué es lo más complejo a la hora de llevar el humor a la literatura en las primeras edades. Digo esto porque el humor en mi escritura no es premeditado. Lo que puede causar risa a los lectores, es un asunto muy serio para mis personajes, y yo lo sufro con ellos. El humor debe estar siempre asociado a algo serio, ser el vehículo donde los sentimientos más nobles pueden llegar en buenas condiciones a la gente. El humor puro, o el humor por el humor no tienen mucho valor en la literatura si no está al servicio de un asunto trascendente y profundamente humano.

¿Cómo concibe la comunicación literaria con públicos jóvenes? ¿Qué precisa a su juicio este tipo de escritura?
He estado en actividades con jóvenes, en lecturas, charlas, conferencias. Me he dado cuenta que en la medida en que somos más sinceros, tenemos más acceso a ese público, que es muy exigente aunque no lo parezca. La originalidad no es más que eso: sinceridad.

Formó parte de esa tradición que desde la década del 80 y a inicio de los 90 subió el referente de la literatura humorística en la Isla. ¿Cuál es su relación con esa corriente creativa? ¿Se asocia a algún grupo o generación literaria?
El humor, al igual que la poesía, está en la vida diaria, en la fotografía, en el cine, en la música, en la pintura, en la naturaleza. Son como sustancias que sobresalen, especies que sirven para darle sabor al condimento de vivir.
A finales de los 80 y principios de los 90, cada cierto tiempo nos reuníamos un grupo de creadores de todas las provincias —luego los críticos fueron clasificando como la narrativa de los 90 o los Novísimos, etc—. Siento nostalgia y especial cariño por ese grupo, empezando por el desaparecido Guillermo Vidal Ortiz, que era una especie de hermano mayor para nosotros. A esa promoción pertenecen autores como Amir Valle, Jorge Luis Arzola, Alberto Garrido, Miguel Cañellas, Ángel Santiesteban, Alfredo Galeano, Andrés Jorge, Sergio Cevedo, Ana Lidia Vega, Alberto Guerra, Ena Lucía Portela, Ronaldo Menéndez, Raúl Aguiar y un largo etcétera, con quienes mantengo relación de amistad y respeto.

¿Considera el humor solo un recurso o pudiera ser también un estilo, un género?    
El humor es más bien una condición, un modo de ver la vida, inherente a infinidad de facetas de la existencia.

Muchos soslayan la literatura humorística y la infanto-juvenil pues la consideran “menor”. Sin embargo, es usted un escritor que ha cruzado con suerte por ambos estilos. ¿Cómo lo afrontó? ¿Cuál es su opinión sobre las supuestas “trascendencias” artísticas?
Al contrario, pienso que la literatura infantil y juvenil es más exigente que cualquiera. Los niños y jóvenes son implacables y nunca te van a permitir pasarle gato por liebre. En cuanto a las trascendencias literarias y demás, no creo que nadie escriba una historia con la mente puesta en ello. Como dijo una vez el gran Eliseo Diego, “la trascendencia no me preocupa porque no voy a estar presente”. Son quienes vienen después los que determinan esas cosas, quienes hacen que un autor u otro siga vivo de alguna manera.

Las historias de sus cuentos y novelas publicados en los 90 tienen también mucho de la realidad que se vivió por entonces. No obstante, aún siguen reeditándose. ¿Cómo cree que sean recontextualizadas estas historias con casi dos décadas? ¿Cuánto quisiera decir con ellas —u otras que esté escribiendo— a la joven generación de hoy, dueña de nuevos códigos y maneras de socializar?
Si se siguen leyendo y siguen gustando esas historias, es para mí una grata sorpresa. Acá me he encontrado gente joven que ha venido de Cuba que me leían desde su adolescencia allá, y me han dado muchas muestras de cariño y respeto. Con las obras, no creo que un autor pretenda decir nada excepcional, más allá de contar una historia, de establecer una especie de lucha contra el olvido, porque esos personajes encarnan a generaciones de personas que de esa forma se ven representados. Es como poner la vida que vivimos y la vida que conocimos en esa otra forma de vivir que tienen las palabras.

¿Ha mantenido el contacto con la literatura que se escribe en Cuba? ¿Cuál es su opinión de lo que sucede en el ámbito de la literatura infanto-juvenil, especialmente en lo referido al tratamiento de temáticas del supuesto “mundo de los adultos” como la diversidad sexual, la muerte o las inequidades sociales?
Mi contacto con la literatura que se escribe en Cuba es esporádico y muy subjetivo, puesto que se concentra en unos pocos autores que he podido leer. Por tanto dar una idea acerca de la literatura infanto-juvenil de la Isla, en esa zona de “adultos” sería un poco pretencioso, y no quiero pisar el terreno de los críticos y los especialistas. Sí creo que no existe tema alguno que no pueda ser llevado a la literatura infantil, el kid está en el modo.

Aunque hace varios años que vive fuera de Cuba, no han sido muchas sus publicaciones inéditas. ¿Qué de nuevo guarda la gaveta —o el disco duro de la PC— de Sindo Pacheco?
He publicado poco en el exterior, creo que tres novelas y algunas reediciones de otras. En el disco duro me quedan dos novelas para adultos: El trago de los tigres y Los hijos de la mar océano, y una abultada colección de relatos cuyo título aún no sé.

¿Cuánto ha influido en su creación literaria la experiencia de la emigración —tanto en el plano propiamente escritural como en cuanto a posibilidades editoriales—? ¿Por qué?
Tanto en el plano escritural como en las posibilidades editoriales, la experiencia de la emigración, no parece ser muy favorable. Cuando uno deja atrás sus raíces, es como nacer de nuevo; con el agravante de nacer pobre, huérfano, viejo, y a veces enfermo. Si la emigración nos lleva a un país con otra lengua se suma la condición de nacer mudo. Así no es difícil sospechar que uno ha de hacer las labores más ingratas y peor remuneradas. Eso es aplicable a cualquier tipo de migración a través de los tiempos. En esas condiciones uno tiene que mantenerse, ayudar a la familia que quedó atrás y conseguir un poco de tiempo para escribir y atender los fantasmas del espíritu. La mayoría de los escritores acá publicamos pagando por los libros; esa posibilidad es amplia y está al alcance de todos. Lo difícil es sacar dividendos de la literatura, muy limitada actualmente en cualquier sitio del mundo.

No obstante, sus obras se han seguido reeditando en la Isla. ¿Cuáles son los riesgos y beneficios de esta decisión? ¿Seguirá publicando en Cuba?
No creo que nadie corra riesgo alguno por publicar en su patria; al contrario, los beneficios sí son muchos, puesto que es allí donde radica su público natural, los lectores que mejor pueden entender y disfrutar su obra. Mientras pueda seguiré publicando en la Isla, y abogo porque todos los artistas cubanos se vean convidados —y acepten— a exponer su arte allí.

¿Valora necesario tender puentes literarios, o de otro carácter, entre nuestras orillas? ¿Por qué?
Es muy importante tender esos puentes. Cuba es una sola, no importa donde uno la viva. Cuba es la madre suprema de todos sus hijos, y como a cualquier madre, le gusta que todos sus hijos se sienten en la mesa de la Patria; sin que unos marginen a los otros. “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad (…). Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro”.

Su novela más reciente, Mañana es Navidad, dista un poco de la línea que por lo general había seguido en sus obras anteriores. ¿Por qué ahora este giro a una literatura de corte más circunstancial?
Caramba, no sabía que habías leído Mañana es Navidad. La gente joven tiene mucha capacidad de sorprender. Mañana es Navidad, aunque no lo creas, lo escribí en Cuba. Se leyó, en su versión más corta, en un encuentro nacional de narradores, allá en Sancti Spíritus, en el año 95 o 96 del siglo pasado. No creo que esa obra sea de corte circunstancial. Acuérdate que son los temas los que abordan a uno. Un escritor no se pone a capturar temas y asuntos, sino al revés: los temas y asuntos son los que nos eligen, los que nos gritan al oído: escríbeme, escríbeme, escríbeme, y si uno no lo hace pues se van con otro autor o autora, lo cual es una especie de adulterio intelectual o una cosa de musas “traidoras e ingratas”.

La poesía es un género que ha cultivado pero por el que no se le conoce mucho. ¿Se debe esto a la timidez, a la necesaria desnudez espiritual que implica el verso?
Coño, ese otro dato no sé de dónde lo sacaste. En mis inicios en los talleres literarios salió alguna que otra décima o intento de poema. Felizmente para la poesía, me retiré a tiempo. Actualmente siento mucho respeto por la poesía para intentar profanarla. 

¿Qué ha perdido y que conserva el Gumersindo de hoy con respecto a aquel muchacho guajiro que un día se hizo escritor y obtuvo el Premio Casa de las Américas?
Soy esencialmente el mismo: ridículo, sincero, amistoso. Un ser humano es lo que era a los nueve o diez años de edad, independientemente de que pueda mejorar o empeorar un poco, de acuerdo al medio donde se desarrolle. Aquellos niños de entonces yo los he seguido, y puedo decirte que el que era alegre, introvertido, mentiroso o discreto, hoy día sigue siendo igual; el que era adulón del poder (en aquel tiempo las pandillas, los deportes, los juegos, etc.), hoy en día es guataca incondicional de su jefe. El tramposo, utiliza ahora otros ardides mayores de edad, el que era sincero y limpio, hoy lo sigue siendo. Por tanto pienso que no somos más que lo que fuimos.

¿Cuál es su mensaje para los jóvenes lectores que por primera vez se acercan a sus novelas?
A los que se acercan a mis novelas quisiera decirles: no las dejen, sigan; verán cómo en la próxima página se pone mejor, no se impacienten…

¿Ha tenido alguna ambición sin concretar? ¿Cuál sí ha cumplido?
Siempre quise vivir del oficio de escribir, como el pintor vive de pintar, o el músico de tocar; pero cada vez es más difícil vivir de ese arte casi olvidado. La radio, la televisión, el cine, Internet, han puesto al libro en los peores momentos de su historia. Ojalá siempre haya libros y lectores. He cumplido con formar una familia, cuyos miembros más jóvenes son mis nietos de cuatro y de tres años; pero me entristece un poco que su primera lengua probablemente no sea el español.

¿Extraña a Cuba? ¿Qué añora de esta tierra en la distancia?  
Te voy a responder con la voz de uno de mis personajes, que está lejos:
—¿Qué es lo que más extraña de Cuba?
—Todo, su gente, sus playas, sus árboles, su luz.
—¿Su luz…?
—Sí, la luz de Cuba es increíble, blanda, es un resplandor de ínsula que ilumina y, sin embargo, no molesta a la vista.
—¿De veras…?
—Sí, como si la luz fuera más blanca o la blancura, transparente.

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