Tendría unos 12 años
cuando leí por primera
vez a Gumersindo
Pacheco. Sin conocer el
origen del autor,
probablemente todavía
muy joven, mi madre puso
en mis manos María
Virginia está de
vacaciones, cuya
portada de fondo azul
reproducía una simpática
ilustración de una
muchacha flacucha y algo
despeinada, que, según
descubriría después,
traía por las nubes —o
en la luna de Valencia—
al protagonista. Las
peripecias y
enamoramiento de aquel
jovenzuelo soñador me
atraparon
instantáneamente, al
punto de recluirme
varios días en la
lectura soltando
carcajadas en la más
absoluta soledad. Pasé
el libro a mi mejor
amiga, como un
descubrimiento
trascendente, y desde
entonces se nos volvió
costumbre regresar a sus
páginas cada cierto
tiempo. El ejemplar lo
extravié en uno de esos
trayectos, pero 13 años
después pude regalarle a
mi hermana adolescente
la nueva edición de
Gente Nueva, en una
especie de heredada
revelación.
La capacidad
comunicativa de la
historia permanecía
intacta pese a haber
superado otra generación
lectora. En la simpleza
aparente de la anécdota,
Gumersindo Pacheco
sintetiza los dilemas
universales de la
adolescencia, una de las
etapas más confusas de
la vida, que entremezcla
a los matices propios de
la realidad e identidad
cubanas. Regresar a su
novela desde otro estado
de madurez, así como a
la siguiente: María
Virginia, mi amor,
no solo volvió a
estimular el estado
hilarante, sino que me
llevó a percibir nuevas
significaciones a partir
de la disección de la
Cuba de finales de los
80 e inicios de los 90
desde la mirada ingenua
de un muchacho
embelesado, que pone en
evidencia problemas como
el burocratismo y la
doble moral.
Prístina como el alma
guajira es la prosa de
este cubano, nacido en
el pueblo de Cabaiguán,
en Sancti Spíritus, en
1956. De ese medio
provinciano se nutren
varias de sus
narraciones, en las que
el humor, más que
recurso pautado, se
convierte en el ambiente
mismo que da lugar a la
acción. Aunque no tenía
planeado ser un
escritor, Sindo se dio a
conocer como parte del
movimiento de talleres
literarios en los 80 y
su libro de cuentos
Oficio de Hormigas
ganó en 1990 el Premio
Abril a las mejores
obras dedicadas a los
jóvenes. En esta misma
línea siguió con Esos
Muchachos (Editorial
Gente Nueva, 1994) y
María Virginia está de
vacaciones, novela
que lo consagró en 1994
con el Premio Casa de
las Américas, el premio
anual La Rosa Blanca que
concede la Unión de
Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC) y el Premio
de la Crítica a las
mejores obras publicadas
en Cuba durante ese año.
María Virginia, mi amor
o María Virginia y yo
en la luna de Valencia
fue finalista del Norma-Fundalectura
y se publicó por primera
vez en 1998 por esa
editorial colombiana,
con posteriores
reediciones. Tiene
además el volumen de
cuentos Legalidad
Post Mortem, Premio
Bustar Viejo de Madrid
en 1995; la novela
Las raíces del tamarindo,
finalista del EDEBÉ y
publicada en Barcelona
en 2001; y Mañana es
Navidad, editada en
2009 por Iduna de Miami,
EE.UU., donde reside
hace varios años.
Desde allí me llegaron
las pistas de Gumersindo
Pacheco, a través de una
foto publicada en el
muro de Facebook de una
amiga común, también
lectora admirada de su
obra. La curiosidad
periodística me hizo
rastrear el contacto e
intentar este diálogo,
con el cual también
saldaba la deuda de mis
añoranzas infantiles. El
escritor resultó ser el
hombre humilde que se
sorprende ante el
interés por sus páginas,
como si el mundo
transcurriese aún sobre
las aceras de su pueblo
natal. Con varios años
de más, muchas páginas
escritas y alguna que
otra cicatriz
trashumante, Sindo
Pacheco parece conservar
el alma del niño
temeroso de los grandes
libracos y que, sin
embargo, terminó
convertido en escritor.
El ambiente de su
pueblo, Cabaiguán, es
una constante en su
literatura. ¿Cómo
recuerda la etapa de su
niñez y adolescencia en
este lugar? ¿Qué es lo
que más añora?
Cabaiguán es un sitio
muy sui géneris, con un
ambiente también muy
especial. Fundado por la
mezcla de nativos y de
inmigrantes,
principalmente de las
Islas Canarias, fue
creciendo y
consolidándose a lo
largo de todo el siglo
XX. De mi niñez, allá
por los años 60,
recuerdo a mis amigos (aún
los conservo a casi
todos); recuerdo con
nostalgia los lugares
que ya han desaparecido
(hoteles de madera de
dos pisos, bodegas,
cafeterías, el
cinematógrafo municipal
en la mejor etapa del
cine de aventuras,
aquella legión de
vendedores ambulantes
que ofrecían desde
churros hasta relojes
que no daban la hora,
los circos ambulantes
que venían por
temporadas al igual que
“Los Caballitos”, con la
estrella, el tiro al
blanco, los barcos, el
famoso Sacatripas: un
pequeño trencito que se
movía por una línea
improvisada, que tenía
una altura máxima de
cuatro o cinco metros,
pero que a nosotros nos
parecía tenebroso);
recuerdo mucho la
euforia que reinaba,
aquella cosa
carnavalesca que
diariamente veía a mi
alrededor; recuerdo las
panaderías, donde a
cualquier hora del día o
de la noche vendían un
pan acabado de sacar del
horno, que era una
verdadera bendición;
recuerdo talleres de
mecánica, heladerías, la
refinería de petróleo,
el Charco de Pedro,
donde aprendimos a nadar
la mayoría de los
muchachos de mi
generación: la
generación del Charco de
Pedro; carpinterías, en
las cuales me infiltraba
para ver al carpintero,
que entonces para mí era
como un mago, extrayendo
trompos, ruedas de carro,
bates de pelota, muebles,
figuras increíbles de la
madera, bajo el olor del
cedro, del pino o la
caoba; recuerdo con
mucho cariño mi primera
escuela y a mis primeros
maestros.
De la adolescencia,
tengo la noción de
aquella molestia por
crecer, por abandonar la
niñez, por ser “otro”,
aquella metamorfosis en
la cual íbamos entrando
irremediablemente; pero
también recuerdo los
deportes de esa etapa,
las primeras relaciones,
las aventuras, el
misterio del
establecimiento en los
grupos, de buscar un
sitio para uno, de ser
uno mismo a pesar de ir
siendo otro. De esa
época añoro el afán de
diversión sin límites
que teníamos, de reírnos
de todo y por todo, de
ser protagonistas.
¿Pensaba por entonces
convertirse en escritor?
¿Cómo fue ese proceso y
de qué fuentes se nutrió?
Ni remotamente pensaba
que iba a ser escritor.
Aún no estoy seguro de
serlo. Soy más bien un
hombre que escribe, o
que sueña. Odiaba la
literatura, los libracos
enormes que nos imponían
leer en la Secundaria, y
de los cuales jamás
terminé ninguno. Y
aunque era mejor en las
matemáticas y las
ciencias, sabía
arreglármelas para
aprobar las pruebas a
base de astucias. Una
vez, ya entrado en los
20, me sorprendí
escribiendo un relato,
sin saber para qué
diablos podía servir
aquello. Me quedé muy
asombrado porque pensé
que jamás podría
escribir otro.
Consideraba que era un
súper cuento y como no
sabía que existían
talleres literarios ni
nada por el estilo, se
lo mostré a mis amigos,
algunos de los cuales me
miraron compasivamente
mientras negaban con la
cabeza, y otros me
acabaron de hundir pues
me hicieron creer que el
cuento era brillante.
Tuve que escribir
aproximadamente 20
relatos tan infames como
aquel para darme cuenta
de que no sabía ni
redactar. Por aquellos
tiempos me incorporé al
Taller Literario de
Cabaiguán, y poco tiempo
después conocí al primer
escritor de verdad,
Eduardo Heras León, en
un evento provincial de
literatura. Mi relato no
obtuvo ni mención, pero
parece que él vio algo
en la forma como yo
redactaba mis infamias,
y me brindó todo su
apoyo, asesorándome,
señalándome lecturas que
se avenían con mi estilo.
Mucho de lo que aprendí
en los años siguientes
se lo agradezco a él, a
su sinceridad, a su
franqueza. Luego recibí
ayuda de escritores más
jóvenes como Senel Paz,
Francisco López Sacha,
Félix Luis Viera, entre
otros.
¿Cómo surgió el
personaje de María
Virginia? ¿Qué inspiró
la historia de esas
novelas?
María Virginia no surge
a partir de algo en
específico, por así
decirlo. Más bien es
resultado de una
idealización de los
rasgos y los caracteres
de muchas personas que
conocí, con los cuales
se fue conformando el
personaje literario,
añadiéndole un poco de
imaginación. Las
historias de esas
novelas formaban parte
de nuestras vidas de
entonces. Éramos
muchachos aventureros,
irreverentes, rebeldes (casi
siempre sin causa), a la
caza de lo
extraordinario, de lo
increíble, de ir un poco
más allá de donde íbamos.
Casi siempre los
escritores van dejando
rastros de sí mismos en
sus obras. ¿Cuánto de
Sindo tiene el
protagonista de esas
novelas?
El rastro de mí mismo
que he dejado no es otro
que el recuerdo de mucha
gente que conocí, como
si haciendo eso
estuviera saldando
alguna deuda de gratitud.
El personaje de Ricardo,
al igual que el de María
Virginia o el de Mariano
Jesusón, está formado
por mi experiencia
personal y por elementos
de muchas personas. A mi
modo de ver, luego del
paso de los años, creo
un poco que esos
personajes esquemáticos,
ridículos, arrogantes,
sinceros, resumen a su
manera una época
irrepetible en nuestra
Patria, una Cuba que ya
no es ni será, pero que
vive en la memoria de
los que la conocieron y
en la imaginación de los
lectores más jóvenes.
¿Por qué su interés por
descifrar los conflictos
de la adolescencia?
No tengo un interés
específico por descifrar
los conflictos de la
adolescencia. Sucede que
la adolescencia es una
época muy rica en
contradicciones, que un
escritor no debía,
pienso yo, pasar por
alto.
¿Qué otras
preocupaciones le cercan
como escritor, sobre
todo en la etapa más
reciente?
Me preocupa la pérdida
de valores que observo
en la sociedad en
general, un asunto que
me parece de naturaleza
global; también la
intolerancia, las
migraciones forzadas, el
desarraigo, cuestiones
que considero de las
peores plagas de la
humanidad.
La llamada literatura
para jóvenes por lo
general se asocia con el
género fantástico y de
aventuras, pero en su
caso el humor es uno de
los recursos más
atrayentes. ¿Qué es lo
más complejo de llevar
el humor a la literatura,
especialmente si esta se
piensa para las primeras
edades?
Exactamente no sabría
explicar qué es lo más
complejo a la hora de
llevar el humor a la
literatura en las
primeras edades. Digo
esto porque el humor en
mi escritura no es
premeditado. Lo que
puede causar risa a los
lectores, es un asunto
muy serio para mis
personajes, y yo lo
sufro con ellos. El
humor debe estar siempre
asociado a algo serio,
ser el vehículo donde
los sentimientos más
nobles pueden llegar en
buenas condiciones a la
gente. El humor puro, o
el humor por el humor no
tienen mucho valor en la
literatura si no está al
servicio de un asunto
trascendente y
profundamente humano.
¿Cómo concibe la
comunicación literaria
con públicos jóvenes? ¿Qué
precisa a su juicio este
tipo de escritura?
He estado en actividades
con jóvenes, en lecturas,
charlas, conferencias.
Me he dado cuenta que en
la medida en que somos
más sinceros, tenemos
más acceso a ese público,
que es muy exigente
aunque no lo parezca. La
originalidad no es más
que eso: sinceridad.
Formó parte de esa
tradición que desde la
década del 80 y a inicio
de los 90 subió el
referente de la
literatura humorística
en la Isla. ¿Cuál es su
relación con esa
corriente creativa? ¿Se
asocia a algún grupo o
generación literaria?
El humor, al igual que
la poesía, está en la
vida diaria, en la
fotografía, en el cine,
en la música, en la
pintura, en la
naturaleza. Son como
sustancias que
sobresalen, especies que
sirven para darle sabor
al condimento de vivir.
A finales de los 80 y
principios de los 90,
cada cierto tiempo nos
reuníamos un grupo de
creadores de todas las
provincias —luego los
críticos fueron
clasificando como la
narrativa de los 90 o
los Novísimos, etc—.
Siento nostalgia y
especial cariño por ese
grupo, empezando por el
desaparecido Guillermo
Vidal Ortiz, que era una
especie de hermano mayor
para nosotros. A esa
promoción pertenecen
autores como Amir Valle,
Jorge Luis Arzola,
Alberto Garrido, Miguel
Cañellas, Ángel
Santiesteban, Alfredo
Galeano, Andrés Jorge,
Sergio Cevedo, Ana Lidia
Vega, Alberto Guerra,
Ena Lucía Portela,
Ronaldo Menéndez, Raúl
Aguiar y un largo
etcétera, con quienes
mantengo relación de
amistad y respeto.
¿Considera el humor solo
un recurso o pudiera ser
también un estilo, un
género?
El humor es más bien una
condición, un modo de
ver la vida, inherente a
infinidad de facetas de
la existencia.
Muchos soslayan la
literatura humorística y
la infanto-juvenil pues
la consideran “menor”.
Sin embargo, es usted un
escritor que ha cruzado
con suerte por ambos
estilos. ¿Cómo lo
afrontó? ¿Cuál es su
opinión sobre las
supuestas
“trascendencias”
artísticas?
Al contrario, pienso que
la literatura infantil y
juvenil es más exigente
que cualquiera. Los
niños y jóvenes son
implacables y nunca te
van a permitir pasarle
gato por liebre. En
cuanto a las
trascendencias
literarias y demás, no
creo que nadie escriba
una historia con la
mente puesta en ello.
Como dijo una vez el
gran Eliseo Diego, “la
trascendencia no me
preocupa porque no voy a
estar presente”. Son
quienes vienen después
los que determinan esas
cosas, quienes hacen que
un autor u otro siga
vivo de alguna manera.
Las historias de sus
cuentos y novelas
publicados en los 90
tienen también mucho de
la realidad que se vivió
por entonces. No
obstante, aún siguen
reeditándose. ¿Cómo cree
que sean
recontextualizadas estas
historias con casi dos
décadas? ¿Cuánto
quisiera decir con ellas
—u otras que esté
escribiendo— a la joven
generación de hoy, dueña
de nuevos códigos y
maneras de socializar?
Si se siguen leyendo y
siguen gustando esas
historias, es para mí
una grata sorpresa. Acá
me he encontrado gente
joven que ha venido de
Cuba que me leían desde
su adolescencia allá, y
me han dado muchas
muestras de cariño y
respeto. Con las obras,
no creo que un autor
pretenda decir nada
excepcional, más allá de
contar una historia, de
establecer una especie
de lucha contra el
olvido, porque esos
personajes encarnan a
generaciones de personas
que de esa forma se ven
representados. Es como
poner la vida que
vivimos y la vida que
conocimos en esa otra
forma de vivir que
tienen las palabras.
¿Ha mantenido el
contacto con la
literatura que se
escribe en Cuba? ¿Cuál
es su opinión de lo que
sucede en el ámbito de
la literatura
infanto-juvenil,
especialmente en lo
referido al tratamiento
de temáticas del
supuesto “mundo de los
adultos” como la
diversidad sexual, la
muerte o las inequidades
sociales?
Mi contacto con la
literatura que se
escribe en Cuba es
esporádico y muy
subjetivo, puesto que se
concentra en unos pocos
autores que he podido
leer. Por tanto dar una
idea acerca de la
literatura
infanto-juvenil de la
Isla, en esa zona de
“adultos” sería un poco
pretencioso, y no quiero
pisar el terreno de los
críticos y los
especialistas. Sí creo
que no existe tema
alguno que no pueda ser
llevado a la literatura
infantil, el kid
está en el modo.
Aunque hace varios años
que vive fuera de Cuba,
no han sido muchas sus
publicaciones inéditas.
¿Qué de nuevo guarda la
gaveta —o el disco duro
de la PC— de Sindo
Pacheco?
He publicado poco en el
exterior, creo que tres
novelas y algunas
reediciones de otras. En
el disco duro me quedan
dos novelas para adultos:
El trago de los tigres
y Los hijos de la mar
océano, y una
abultada colección de
relatos cuyo título aún
no sé.
¿Cuánto ha influido en
su creación literaria la
experiencia de la
emigración —tanto en el
plano propiamente
escritural como en
cuanto a posibilidades
editoriales—? ¿Por qué?
Tanto en el plano
escritural como en las
posibilidades
editoriales, la
experiencia de la
emigración, no parece
ser muy favorable.
Cuando uno deja atrás
sus raíces, es como
nacer de nuevo; con el
agravante de nacer pobre,
huérfano, viejo, y a
veces enfermo. Si la
emigración nos lleva a
un país con otra lengua
se suma la condición de
nacer mudo. Así no es
difícil sospechar que
uno ha de hacer las
labores más ingratas y
peor remuneradas. Eso es
aplicable a cualquier
tipo de migración a
través de los tiempos.
En esas condiciones uno
tiene que mantenerse,
ayudar a la familia que
quedó atrás y conseguir
un poco de tiempo para
escribir y atender los
fantasmas del espíritu.
La mayoría de los
escritores acá
publicamos pagando por
los libros; esa
posibilidad es amplia y
está al alcance de todos.
Lo difícil es sacar
dividendos de la
literatura, muy limitada
actualmente en cualquier
sitio del mundo.
No obstante, sus obras
se han seguido
reeditando en la Isla. ¿Cuáles
son los riesgos y
beneficios de esta
decisión? ¿Seguirá
publicando en Cuba?
No creo que nadie corra
riesgo alguno por
publicar en su patria;
al contrario, los
beneficios sí son muchos,
puesto que es allí donde
radica su público
natural, los lectores
que mejor pueden
entender y disfrutar su
obra. Mientras pueda
seguiré publicando en la
Isla, y abogo porque
todos los artistas
cubanos se vean
convidados —y acepten— a
exponer su arte allí.
¿Valora necesario tender
puentes literarios, o de
otro carácter, entre
nuestras orillas? ¿Por
qué?
Es muy importante tender
esos puentes. Cuba es
una sola, no importa
donde uno la viva. Cuba
es la madre suprema de
todos sus hijos, y como
a cualquier madre, le
gusta que todos sus
hijos se sienten en la
mesa de la Patria; sin
que unos marginen a los
otros. “Todo
lo que divide a los
hombres, todo lo que los
especifica, aparta o
acorrala, es un pecado
contra la humanidad (…).
Hombre es más que blanco,
más que mulato, más que
negro. Cubano es más que
blanco, más que mulato,
más que negro”.
Su novela más reciente,
Mañana es Navidad,
dista un poco de la
línea que por lo general
había seguido en sus
obras anteriores. ¿Por
qué ahora este giro a
una literatura de corte
más circunstancial?
Caramba, no sabía que
habías leído Mañana
es Navidad. La gente
joven tiene mucha
capacidad de sorprender.
Mañana es Navidad,
aunque no lo creas, lo
escribí en Cuba. Se leyó,
en su versión más corta,
en un encuentro nacional
de narradores, allá en
Sancti Spíritus, en el
año 95 o 96 del siglo
pasado. No creo que esa
obra sea de corte
circunstancial.
Acuérdate que son los
temas los que abordan a
uno. Un escritor no se
pone a capturar temas y
asuntos, sino al revés:
los temas y asuntos son
los que nos eligen, los
que nos gritan al oído:
escríbeme, escríbeme,
escríbeme, y si uno no
lo hace pues se van con
otro autor o autora, lo
cual es una especie de
adulterio intelectual o
una cosa de musas
“traidoras e ingratas”.
La poesía es un género
que ha cultivado pero
por el que no se le
conoce mucho. ¿Se debe
esto a la timidez, a la
necesaria desnudez
espiritual que implica
el verso?
Coño, ese otro dato no
sé de dónde lo sacaste.
En mis inicios en los
talleres literarios
salió alguna que otra
décima o intento de
poema. Felizmente para
la poesía, me retiré a
tiempo. Actualmente
siento mucho respeto por
la poesía para intentar
profanarla.
¿Qué ha perdido y que
conserva el Gumersindo
de hoy con respecto a
aquel muchacho guajiro
que un día se hizo
escritor y obtuvo el
Premio Casa de las
Américas?
Soy esencialmente el
mismo: ridículo, sincero,
amistoso. Un ser humano
es lo que era a los
nueve o diez años de
edad, independientemente
de que pueda mejorar o
empeorar un poco, de
acuerdo al medio donde
se desarrolle. Aquellos
niños de entonces yo los
he seguido, y puedo
decirte que el que era
alegre, introvertido,
mentiroso o discreto,
hoy día sigue siendo
igual; el que era adulón
del poder (en aquel
tiempo las pandillas,
los deportes, los juegos,
etc.), hoy en día es
guataca incondicional de
su jefe. El tramposo,
utiliza ahora otros
ardides mayores de edad,
el que era sincero y
limpio, hoy lo sigue
siendo. Por tanto pienso
que no somos más que lo
que fuimos.
¿Cuál es su mensaje para
los jóvenes lectores que
por primera vez se
acercan a sus novelas?
A los que se acercan a
mis novelas quisiera
decirles: no las dejen,
sigan; verán cómo en la
próxima página se pone
mejor, no se impacienten…
¿Ha tenido alguna
ambición sin concretar?
¿Cuál sí ha cumplido?
Siempre quise vivir del
oficio de escribir, como
el pintor vive de pintar,
o el músico de tocar;
pero cada vez es más
difícil vivir de ese
arte casi olvidado. La
radio, la televisión, el
cine, Internet, han
puesto al libro en los
peores momentos de su
historia. Ojalá siempre
haya libros y lectores.
He cumplido con formar
una familia, cuyos
miembros más jóvenes son
mis nietos de cuatro y
de tres años; pero me
entristece un poco que
su primera lengua
probablemente no sea el
español.
¿Extraña a Cuba? ¿Qué
añora de esta tierra en
la distancia?
Te voy a responder con
la voz de uno de mis
personajes, que está
lejos:
—¿Qué es lo que más
extraña de Cuba?
—Todo, su gente, sus
playas, sus árboles, su
luz.
—¿Su luz…?
—Sí, la luz de Cuba es
increíble, blanda, es un
resplandor de ínsula que
ilumina y, sin embargo,
no molesta a la vista.
—¿De veras…?
—Sí, como si la luz
fuera más blanca o la
blancura, transparente.
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