jueves, 30 de agosto de 2012

Los aprendices de brujos

Fernando Ravsberg
BBC Mundo
Aron Modig, el sueco que vino a Cuba a asesorar y financiar a la oposición, durante su conferencia de prensa en La Habana. (Foto: Raquel Pérez)
Aron Modig, el sueco que vino a Cuba a asesorar y financiar a la oposición, durante su conferencia de prensa en La Habana. (Foto: Raquel Pérez)


Pronto comenzará en Cuba el juicio contra Ángel Carromero, el líder juvenil del Partido Popular español que conducía el vehículo en el que murieron, en un accidente de tránsito, el principal dirigente de la disidencia cubana, Osvaldo Payá, y el también opositor Harold Cepero.

La tragedia ocurrió mientras hacían proselitismo por todo el país, asesoraban sobre cómo crear organizaciones juveniles y repartían dinero. Al parecer pretendían reanimar a la disidencia para impulsar la lucha por la democracia y los derechos humanos.

Uno podría pensar que se trata una campaña mundial pero lo cierto es que solo intervienen en Cuba.
Como me explicó el sueco Aron Modig -compañero de aventuras de Carromero- ellos no van a ningún otro país del mundo a ofrecer una ayuda semejante.

No es que falten dictaduras en el planeta sino que unas son aliados políticos y otras son petroleras. Así que por muy oprimidas que estén las mujeres sauditas nadie las financia ni las asesora sobre cómo organizarse en defensa de sus derechos.

La elección de Cuba tiene un claro un matiz ideológico pero la muerte de Payá pone de relieve el debate sobre la conveniencia de entregar dinero y asesoramiento a la disidencia para fortalecerla o dejar que se desarrolle por sus propios medios.

Desde hace medio siglo, Washington la apoya y financia de forma pública. Ningún presidente se esconde para entregar los US$20 millones anuales pero lo cierto es que la oposición interna sigue siendo ínfima y carente de influencia social.

Lo reconoció incluso el ex jefe diplomático de EE.UU. en La Habana, Jonhatan Farrar, quien envió un cable al Departamento de Estado diciendo que los cubanos tienen "una ignorancia prácticamente total de las personalidades de la disidencia y de sus organizaciones".
En el mensaje, revelado posteriormente por Wikileaks, el funcionario estadounidense se queja de que los opositores "están más preocupados por conseguir dinero que en llevar sus propuestas a sectores más amplios de la sociedad cubana".
El análisis de Farrar es crudo pero tiene la virtud de mostrar los "daños colaterales" que este financiamiento provoca en la disidencia, desenfocándola políticamente de su tarea esencial, que debería ser sumar ciudadanos a la lucha contra el gobierno.

Resulta incluso más complicado dado que se genera una fuerte dependencia del exterior, la cual podría explicar por qué las demandas de la disidencia cubana se identifican más con las exigencias de EE.UU. y Europa que con las aspiraciones del cubano de a pie. 

Mientras la oposición levanta las banderas del pluripartidismo, la economía de mercado y los derechos humanos, la mayoría de los cubanos están preocupados por el precio de los alimentos, la dualidad monetaria, los bajos salarios, la escasez de viviendas y el transporte público.
La política de EE.UU. y Europa desconoce tanto la realidad de la isla que envían a Alan Gross a la cárcel por traer equipos para conectarse a internet cuando decenas de miles de cubanos compran sus cuentas en el mercado negro por US$50 al mes.

Con apenas US$1.000 los "buscavidas" de la isla crean empresas clandestinas de cable y dotan al barrio entero de televisión satelital con canales de todo el mundo, mientras Washington se gasta decenas de millones financiando a TV Martí, un medio que nadie puede ver.

Pero aun así algunos creen que tienen la solución del "problema cubano". Anita Ardin, la sueca que acusó a Julián Assange (2), también traía dinero a Cuba pero además pretendía dirigir a los disidentes, lo cual acabó rompiendo las relaciones, según me explicó Manuel Cuesta, líder del opositor Arco Progresista.

Ahora envían a otro sueco y a un madrileño para enseñar a organizar grupos juveniles de oposición, pero lo cierto es que las realidades de sus países son tan diferentes a las de Cuba que dudo mucho que las lecciones hayan sido de alguna utilidad.

El asesoramiento externo no parece dar buenos resultados. El número de opositores sigue siendo mínimo, Osvaldo Payá solo logró recolectar 15.000 firmas para cambiar la Constitución y la disidente Marta Beatriz Roque asegura que en total la oposición cuenta con 20.000 miembros.

Además el crecimiento de los grupos es muy lento. Berta Soler, vocera de las Damas de Blanco, me comentó que al inicio eran 30 mujeres y casi una década después son 130 en todo el país. Apenas han logrado sumar a 10 "damas" más cada año.

Y no crecen a pesar de que la revolución ha perdido mucha gente desde la crisis económica. Parece que al grueso de los "desencantados" les resulta más atractivo aprovechar las facilidades migratorias brindadas por EE.UU. que sumarse a los grupos opositores.

Si la disidencia pretende convertirse en una alternativa política necesitará transitar por un camino más independiente y autóctono que recoja las aspiraciones y demandas de una parte de los cubanos para sumarlos, convirtiéndose en una fuerza con peso social.

Pero este camino no pasa por Madrid ni por Estocolmo, ningún aprendiz de brujo nórdico sabrá tanto de Cuba como los mismos cubanos. Los asesores que necesita la disidencia están mucho más cerca de lo que imaginan, son sus propios compatriotas.

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