Eliécer Ávila fue un joven cubano rebelde. Como cualquier otro, como la mayoría de sus coetáneos. Porque ser joven significa, de cierta manera, ser rebelde. Jóvenes Rebeldes –protagonistas de la insurgencia revolucionaria–, se llamaron a sí mismos los fundadores de la Unión de Jóvenes Comunistas. Hace algunos años vimos a Eliécer preguntar en una asamblea con desenvoltura, sin falsos miedos –de los que escenifican los profesionales de la contrarrevolución, para simular una situación personal vendible–, y recibir una respuesta, mejor o peor, no importa. En los últimos meses he recorrido muchas universidades del país, y he debatido con jóvenes, naturalmente rebeldes. Ellos son libres, no miden el tamaño de su inquietud, y la formulan sin temor. Conversamos. Creo que aprenden tanto como yo. Así debe ser, así es. En mi libro Cuba: ¿revolución o reforma? (Casa Editora Abril, 2012) abordo el tema de la necesaria rebeldía juvenil:
El socialismo enfrenta una extraña paradoja: como Estado revolucionario, él mismo encarna la sospecha victoriosa ante el pasado, ante el mundo. Los jóvenes, sin embargo, no conocen el pasado ni han vivido en otro mundo. Sospechan entonces en primera instancia del propio Estado revolucionario. Sospechan de la sospecha: ¿habrá sido realmente malo el pasado?, ¿será realmente malo el capitalismo? La solución no es obviamente coartar la sospecha, como intentaron inútilmente los socialismos este-europeos, sino entregarles la verdad, sin paternalismos e ingenuidades: compleja, contradictoria, revolucionaria, irremediablemente anticapitalista. Y cuando aludo al innato sentido anticapitalista de la verdad no excluyo la crítica al camino elegido (a sus desvíos no socialistas), una crítica que debe conducir a más socialismo. El poder global emplea todos los sinuosos recursos del consumismo para monitorear la sospecha de los jóvenes en los estados revolucionarios –la sospecha, por supuesto, hacia el propio Estado revolucionario–, y sobornar a los intelectuales que pueden adquirir con ella fama de insobornables y, adicionalmente, dinero. Me refiero a la sospecha improductiva y paralizante, no a la duda necesaria. Sospechar no es dudar, así como ser rebelde no es todavía ser revolucionario; aunque es poco probable que alguien acceda a la duda razonable, o a la condición revolucionaria sin antes haber sentido desconfianza o haberse comportado como un “rebelde sin causa”. Es un error pensar que los niños más obedientes serán los mejores revolucionarios.Eliécer tuvo la mala suerte, digo yo, de que su pregunta –ciento de veces formulada por jóvenes que apoyan a la Revolución–, fuera exhibida y manipulada por los medios de la contrarrevolución como un “valiente” acto de desacato. Según contaba él mismo, tuvo que regresar de su finca natal, cercana a Puerto Padre, pequeño pueblo de la geografía cubana donde había nacido y vivía, para aclarar que no estaba “secuestrado”, ni preso, ni expulsado de la Universidad. Eliécer concluyó sus estudios de ingeniería informática y regresó a su hogar campesino. Después de tanta fabricada notoriedad, no consiguió readaptarse a la simple cotidianidad del campo pobre, que puede enviar a sus hijos a la universidad –porque existe una Revolución–, pero no proveerlos de los últimos adelantos tecnológicos, ni colocarlos de súbito en el top-ten de Internet. No fue paciente, ni constante en el esfuerzo. Tomó un atajo. Dejó de evolucionar hacia la más auténtica rebeldía, la que forja revolucionarios y se transformó en un conservador. Encontró otro espacio, de luces artificiales, cierto, pero de luces al fin. También decía en mi libro:
El capitalismo encausa la rebeldía hacia el “libre” albedrío mediante la creación de patrones frívolos de consumo, de forma que en unos años, la transforma en un nuevo conservadurismo (…) Los “rebeldes” que destaca el sistema global, cansados de las “locuras” revolucionarias, enarbolan el sentido común, el tibio resguardo hogareño, y acatan el ritual festivo del consumismo. Odian el discurso (y la práctica) del heroísmo cotidiano. La rebeldía consiste en la sumisión. (…) El socialismo necesita encauzar la rebeldía hacia el conocimiento (que conlleva responsabilidad) y liberarla de las atractivas ofertas de un mercado que vende y compra conciencias. No siempre lo logra.Cito estos fragmentos porque Eliécer ha grabado un video para los sitios web y blogs de la contrarrevolución, y ha puesto mi libro en una mesita, a su lado, de manera que pueda identificarse. No menciona su título ni su autor. Los constructores del performance quisieron acaso oponer sutilmente su imagen desenfadada de joven ex rebelde, a la de un autor cincuentón que, ellos saben, recorre las universidades del país y dialoga con sus estudiantes. “Nosotros los jóvenes”, dice sin percatarse que ha dejado de serlo. No se atreve a discutir los argumentos del libro –no se han atrevido hasta el momento los intelectuales de la contrarrevolución aludidos en él–, pero intenta conducir a los potenciales (?) tele/compu/espectadores por el camino opuesto.
II
Una cosa, claro, es preguntar; otra, más complicada, es ofrecer respuestas, construir. Como su perorata dura aproximadamente cuarenta minutos (en strike, su rostro recortado contra un fondo negro, un micrófono y mi libro al costado) y dudo que alguien termine de escucharla, intentaré exponer y comentar muy sucintamente su posición. Lo primero que quiero destacar es una frase perdida en un discurso que elude las definiciones: “yo (…) dejé de ser comunista”. Bien, entonces, al menos por negatividad, debemos presuponer que Eliécer aspira a que Cuba transite hacia el capitalismo, aunque éste sea uno irreal, “sui generis”, como se nos quiere vender. Él no quiere decirlo, pero su visión de la democracia es burguesa.
En su larga exposición hay una única propuesta, nada novedosa: pluripartidismo, en la variante capitalista, lo que significa dos, tres maneras –en los puntos neurálgicos, idénticas–, de implementar el capitalismo. Ese sistema no contempla el cambio hacia el socialismo, aunque participen partidos comunistas en las elecciones (éstos solo se convertirían en una opción real por accidente o mediante subversión, y la solución capitalista en ese hipotético caso es el fascismo); el nuestro, hay que decirlo con sinceridad, tampoco contempla el cambio hacia el capitalismo, y solo mediante la subversión –que obviamente necesita financiamiento externo–, o el desvío de sus principios (el pueblo acepta la posibilidad del error, pero no la dejación de los principios éticos que rigen su construcción), podría concebirse el regreso. Lo demás, es retórica justificativa y proselitista, de la peor. Y puede resumirse en tres puntos, si desechamos algunos recursos ya gastados en los que seguramente ni el mismo “disertante” cree:
1. “La gente no está haciendo su propia política, sino la del Partido Comunista”. Lo dice, ignorando que la Revolución cubana se ha sostenido durante más de cincuenta años y ha soportado el bloqueo, el derrumbe de sus socios económicos y los errores propios, precisamente porque cuenta con el apoyo mayoritario del pueblo, y ello significa que no ha cometido desvíos éticos de gravedad. Lo dice ignorando que en el mundo, los pueblos no hacen “su propia política”: podemos y debemos hablar de un necesario ensanchamiento de la democracia socialista, pero Eliécer es un ignorante si cree que el pluripartidismo es la solución, si cree que este es la manifestación de todos los criterios políticos. En el paroxismo de la ignorancia o del engaño, llega a sugerir que “puede haber un partido, perfectamente, que sea de un barrio o de cinco o diez personas”.
2. Sin embargo, no ignora que la política se hace con dinero –así es como el capitalismo ejerce su control sobre el multipartidismo– y dedica un tiempo importante a justificar, con inusitado cinismo, el financiamiento externo. Dice sin recato: “La única manera que usted logra [hacer política] es obteniendo algún tipo de financiamiento. Y es cierto que a veces, en la búsqueda de uno estar vivo políticamente, es cierto que hay personas que pueden aceptar algún tipo de ayuda que en un futuro pueda comprometerlos; como están comprometidos hoy la mayoría de los que hacen política en el campo oficial”. Agrega con ingenuidad que el país al que él aspira, permitiría que “si un sueco quiere donar 10 mil dólares para llevar a cabo una infraestructura, una iniciativa de un partido determinado, pues yo lo pueda publicar”. Por supuesto, los que defendemos la Revolución y el socialismo estamos comprometidos hasta la muerte con una y otro. Finalmente, en la única alusión casi directa a mi libro, que posa indiferente en la mesita, justo a su lado, dice: “Porque yo leía unas páginas ahí de un libro hace poco, que prácticamente cuando tú las lees dice que nadie en Cuba hace una política opuesta al Gobierno, de corazón, sinceramente”.
Lo que yo digo en el libro –que evidentemente no ha leído–, es otra cosa, aunque destaque la extraña paradoja de que los llamados “independientes” manejen más dinero para sí, que los llamados “oficialistas”:
¿Aceptamos que existe una guerra política que pretende el cambio de sistema en Cuba, es decir, la restauración del capitalismo? ¿Aceptamos que esa guerra es alentada, promovida, incluso financiada desde el exterior, por intereses no cubanos, con independencia de que existan cubanos que la respalden? ¿Que más allá de la posible existencia de “asaltantes de fe” (personas convencidas del ideal capitalista), lo que prima en el asalto y determina el sentido de esa guerra de reconquista, son los intereses de poderosas esferas de poder (expropietarios nacionales, trasnacionales y gobiernos imperialistas)?3. Pero Eliécer, que habla de la unión entre cubanos, descalifica a sus oponentes por la edad y se atribuye la representación de “los jóvenes”. Los que tienen 40, 50 o más años, de una parte; los jóvenes, él, de la otra. Es una idea obsesiva en su discurso, yo diría que la idea clave, la que sostiene el performance, su diseño mediático y que, sino presupone, al menos “disculpa” el vacío de ideas ante los inversores. Suponiendo que los jóvenes son naturalmente admiradores del “progreso” científico y tecnológico, suelta uno de los disparates más escandalosos del discurso: “En muchas cosas Cuba está a siglos de donde está el mundo ya, fíjense, pero nosotros… y en política sobre todo. Mira, si usted se pone a analizar, la política no es más que una ciencia más. Bien, la ciencia farmacéutica, las ciencias de las tecnologías, las ciencias de las matemáticas, las ciencias biológicas, todas esas cosas en el mundo desarrollado están desarrolladas. Si usted piensa con cierta lógica, la manera en que estas personas y estos países hacen la política, es una política desarrollada. Por tanto, es más desarrollado tener una democracia [burguesa] y tener pluripartidismo”. Eliécer no sabe que existe la democracia participativa, no sabe que el concepto del “buen vivir” –que recupera la sabiduría ancestral de los pueblos originarios de América–, es cualitativamente superior al concepto modernizador capitalista antropofágico, destructor del eco-sistema. No sabe que los indignados en el mundo están hartos de la ineficiencia, y la degradación ética de la política “moderna”. En muchas cosas, Cuba está a siglos de los países del Tercer Mundo, sus iguales, con unos índices de mortalidad infantil y materna, una expectativa de vida y un nivel de instrucción, similares al de las naciones de mayor desarrollo.
No tiene sentido analizar con más detenimiento las invectivas de Eliécer, que se ha convertido en un joven viejo. En pantalla gesticula con decisión, se cree el personaje, parece un político “moderno”: no importa lo que dice, sino cómo lo dice; no pretende fijar argumentos, sino solo su imagen. Es más importante parecer que ser. Mi pregunta final es sencilla y es para los constructores de la puesta en escena: ¿a qué jóvenes ignorantes van dirigidos los videos de Eliécer? Creo que se han confundido de país, de juventud.
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