Hace apenas dos años
comenzó a circular,
primero en Francia y
casi simultáneamente en
el resto de Europa y
otras partes del
planeta, un pequeño
folleto de 26 páginas
titulado
¡Indignez-vous!
(¡Indígnense!). En
sus apretadas líneas,
más que una amplia
exposición teórica, se
expresan los
sentimientos que
producen la injusticia y
la desesperanza, la
destrucción del hábitat
natural del hombre y el
necesario rescate de la
esperanza. La reacción
ante la incitación de Stéphane Hessel lanzó a
las calles de las
principales ciudades del
mundo a miles de jóvenes
que, a su vez,
arrastraron tras de sí a
otros miles de
ciudadanos. Tomaron el
nombre que respondía a
la incitación de Hessel,
“Los Indignados”.
Son pocos, pero son, los
pequeños folletos que
han conmovido al mundo
en los últimos tres
siglos. Letras que
lanzaron a pueblos
enteros a la Revolución.
En el siglo XVIII
—recuerda Eduardo
Galeano— la publicación
en Filadelfia (1776) de
Sentido común, de
Thomas Paine, apenas 48
páginas, puede
considerarse uno de los
alegatos que sirvieron
de base para la
independencia de los
EE.UU. En 1789, La
Declaración de los
derechos del hombre y
del ciudadano, en
Francia, sirvió de
sostén al movimiento
revolucionario, no solo
de ese país, sino
también de otros de
Europa, América, Asia y
África. El documento de
Paine contenía un
alegato para que el
pueblo se liberase del
estatus colonial y de la
monarquía absoluta; en
el manifiesto francés se
astillaba en pedazos la
servidumbre del vasallo
y se erguía vigoroso el
ciudadano moderno con
deberes y derechos. En
1848, Carlos Marx y
Federico Engels, en
apenas 23 páginas,
publican el
Manifiesto Comunista
que, de un modo u otro
estará en las bases de
las revoluciones
políticas y sociales del
corto siglo XX. En 1960,
en La Habana, otro
documento de unas pocas
cuartillas, La
primera declaración de
La Habana, servirá
de incitación a los
movimientos
revolucionarios en
América Latina.
Si algo de común tienen
estos vademécum,
que los inscriben en la
historia humana como
trascendentes, es el
hecho de que en
sociedades que hasta ese
momento se consideraban
estables, ocultando el
fermento revolucionario
que en ellas se incuba,
constituyen la “chispa
que incendia praderas”
porque ponen al
descubierto las
principales paradojas
que no están en el
aparente consenso de la
hegemonía. Stéphane
Hessel, tal como sugería
Jean Paul Sartre, sabe
que “las palabras son
balas”; y sabe
economizar y utilizar
ese armamento moral e
intelectual con una
precisión poco común.
Lo primero que llama la
atención de este autor,
es que es un veterano
que ha vivido el siglo
XX con toda intensidad;
que lo ha pensado y
sentido desde una
posición profundamente
humanista y
comprometida. Hablamos
de una persona que
inicia su alegato
señalando que tiene 93
años. He aquí una
primera ruptura con los
esquemas
simplificadores. Él,
desde sus experiencias y
vivencias, comunica con
los jóvenes porque por
encima de
circunstancias, lugares,
pertenencias, razas y
ubicación en la escala
social, toca a lo más
sensible del ser humano
a través de los
infinitos vasos
comunicantes que le dan
unidad a todo el género.
Revive la profunda
permanencia de la
condición humana por
encima de las
desgarraduras que, en
sus esencias, afectan al
hombre mismo;
desgarraduras que son
consecuencia de las
tendencias de la “alta
política”, de la
desfiguración y
descomposición a la que
está sometido el hombre
de la sociedad moderna,
como individuo, como
comunidad y como género.
Stéphane Hessel
personifica a una
generación que soñó con
la dignidad plena del
hombre y con la
construcción de un mundo
mejor.
Nacido en Berlín, en
1917, de padres judíos y
sensibles a la
escritura, a la pintura,
y a la música, la
familia se traslada a
París en 1924. Hessel,
que se naturaliza
francés en 1937,
frecuenta a esa
vanguardia parisina, de
los años 20 y 30, la
misma que recrea el
cineasta norteamericano
Woody Allen en
Midnight in Paris.
El autor de ¡Indígnense! es parte
de la generación de la entreguerra, de los que
buscaron nuevas formas
artísticas, literarias y
políticas, negando un
pasado que, con la
Primera Guerra Mundial,
había demostrado que sus
paradigmas imperiales y
hegemónicos podían
conducir a la peor
catástrofe de la
historia hasta ese
momento. En aquellos
años de la primera
posguerra, se pensó
que una devastación
semejante nunca más se
produciría. Sin embargo,
los gérmenes para una
conflagración mayor ya
se diseminaban por todas
partes.
Hessel matricula en 1939
en la escuela Normal
Superior, justo la
institución por la que
pasaron hombres como
Jean Paul Sartre, Paul
Nizan y Raymond Aron,
este último sistemático
oponente, desde la
derecha, de Sartre. Sus
estudios se ven
interrumpidos por la,
hasta entonces,
inimaginable —tanto por
el hecho mismo como por
lo que demostró de lo
peor y de lo mejor del
ser humano— Segunda
Guerra Mundial. La
ingenuidad quedó
sorprendida. El fenómeno
de una segunda
conflagración mundial
superaría, con mucho, al
de la primera. Hessel
está entre los mejores.
En mayo de 1941 se
integra a la Francia
Libre del General
Charles de Gaulle en
Londres. Su acción
contra los fascistas,
ya sean alemanes o
franceses, está
determinada por
profundas convicciones.
En marzo de 1944 se
infiltra
clandestinamente en
Francia hasta que, casi
tres meses después, es
arrestado y torturado
por la gestapo nazi. Con
posterioridad, es enviado
al campo de
concentración de Buchenwald, en Alemania.
Condenado a muerte,
logra escapar cambiando
su identidad por la de
un francés fallecido de
tifus. Ahora, con el
nombre de Michel Boitel,
es transferido al campo
de concentración de
Rottleberode. De esta
nueva prisión logra
evadirse y, poco después
es nuevamente apresado y
trasladado a otro campo
de concentración, Dora.
Nuevamente logra escapar
y retornar a París.
En este punto es
necesario recordar lo
que el propio Hessel
destaca en su
manifiesto.
El 27 de mayo 1943 los
representantes de los
ocho grandes movimientos
de resistencia
clandestinos de Francia
y las dos grandes
organizaciones
sindicales de la
anteguerra,
constituyeron el Consejo
Nacional de la
Resistencia (CNR). Estas
organizaciones eran la
CGT (Confederación
General de Trabajadores,
de orientación
comunista), CFTC
(Confederación Francesa
de los Trabajadores
Cristianos), y los seis
principales partidos
políticos que existían
antes de la ocupación
alemana, incluyendo el
Partido Comunista y los
Socialistas. Después de
un largo período de
elaboración, el CNR
adoptó, el 25 de marzo
de 1944, el programa
para la Francia
liberada. Para Hessel,
el programa de la
Resistencia a la cual él
había pertenecido, era
“un plan integral de
seguridad social, con el
fin de asegurar medios
de existencia a todos
los ciudadanos, en todos
los casos en que no
estén capacitados para
procurárselo mediante el
trabajo”; “un retiro que
permita a los
trabajadores ancianos
terminar sus días con
dignidad”; la
nacionalización de las
fuentes energéticas y
los grandes bancos,
porque según el programa
de los hombres y mujeres
que habían luchado
contra el fascismo, lo
menos que podía
conseguirse era “la
devolución, a la nación,
de los grandes medios de
producción
monopolizados, fruto del
trabajo común, de las
fuentes energéticas, de
las riquezas del
subsuelo, de las
compañías de seguros y
de los grandes bancos”;
“la instauración de una
verdadera democracia
económica y social, que
conlleve la supresión
de los grandes feudos
económicos y financieros
de la dirección de la
economía”; según este
miembro de la
Resistencia, ellos
proponían “una
organización racional de
la economía que asegure
la subordinación de los
intereses particulares
al interés general,
liberada de la dictadura
profesional instaurada a
imagen y semejanza de
los estados fascistas”.
Otro punto destacado por Hessel es “la
posibilidad efectiva
para todos los hijos
franceses de disfrutar
de la más desarrollada
instrucción pública”, es
decir, la enseñanza
pública, gratuita y
laica para todos. Es lo
que se llamó la creación
de un estado de
bienestar social; es lo
que el neoliberalismo,
sistemáticamente, ha ido
arrancándoles a los
pueblos de Europa y, a
la vez, colocando las
fronteras necesarias
para que otros pueblos
del mundo abandonen el
ideal de un estado de
bienestar social; es, la
destrucción sistemática
de los ideales de
aquellos que lucharon
contra el fascismo, por
ser este la expresión de
un totalitarismo
político que garantizaba
la hegemonía del gran
capital sobre los demás
componentes de la
sociedad.
Una vez lograda la
liberación de Europa, a
Hessel lo veremos
militando en las más
importantes causas de su
tiempo. En 1946 aprueba
el concurso de entrada
al Ministerio de
Relaciones Exteriores.
Su primera misión es en
la recién creada
Organización de las
Naciones Unidas. Como
secretario de la
Comisión de los Derechos
Humanos integra el grupo
que elabora la
Declaración Universal de
los Derechos Humanos.
Compuesta por 12
miembros, seis de ellos
son considerados
determinantes en el
contenido final del
documento. Eleonor
Roosevelt, viuda del
presidente Franklin
Delano Roosevelt,
fallecido en 1945; el
Dr. Chang,
vicepresidente de la
Comisión, quien insidió
para que la declaración
no fuese un reflejo
único de las ideas de
occidente; Charles Habib
Malik, libanés, relator
de la comisión; René
Cassin, representante de
Francia; John Peters
Humphrey, de Canadá,
quien escribió el primer
borrador (un documento
de 400
páginas) y, el propio Stéphane Hessel, el más
joven de los
participantes (30 años).
La Declaración Universal
de los Derechos Humanos
fue aprobada el 10 de
diciembre de 1948, en
París, por la Asamblea
General de las Naciones
Unidas. Votaron a favor
48 miembros. Rusia,
Ucrania, Bielorrusia,
Polonia, Checoslovaquia
y Yugoslavia se
abstuvieron por
considerar que la misma
era insuficiente en lo
relativo a los derechos
económicos y sociales y
en los de las minorías.
Para Hessel este es un
documento que sintetiza
gran parte de las
aspiraciones de todas
las generaciones que
lucharon contra el
fascismo y los
totalitarismos. El
neoliberalismo, según se
infiere de ¡Indignez-vous!,
se convierte en una
concepción que va
directamente en contra
de las esencias y de las
proyecciones que
contenían el programa de
la Resistencia Francesa
y la Declaración
Universal de los
Derechos Humanos.
Recuerda el artículo 22:
“Toda persona, en tanto
miembro de la sociedad,
tiene derecho a la
Seguridad Social, la
cual se funda para
satisfacer las derechos
económicos, sociales y
culturales
indispensables para su
dignidad y para el libre
desarrollo de su
personalidad, gracias al
esfuerzo nacional y a la
cooperación
internacional, teniendo
en cuenta la
organización y los
recursos de cada país”.
Stéphane Hessel tuvo una
larga militancia en
contra del colonialismo,
del fascismo y de la
injusticia. Militó a
favor de la
independencia argelina y
se indignó ante los
crímenes sionistas en
Palestina. Nonagenario,
por sus años
cronológicos, es un
joven indignado ante un
mundo que quiere
destruir la esperanza.
Tuve la dicha de
escucharlo en una
conferencia en enero de
este año durante la
reunión de las Alianzas
Francesas en París.
Ágil, convincente,
conmovía a todo el
auditorio. Tuve la
extraña sensación de que
estaba comenzando un
nuevo tiempo histórico;
que estaba presenciando
a un hombre de esos que
marcan un tiempo
histórico. Me alegró
leer y escuchar su
retorno a aquellos que
clamaron por indignarse
ante la injusticia. En
particular, recordé que
hace apenas seis años
en La Habana habíamos
celebrado el centenario
del natalicio de Jean Paul Sartre. En aquel
momento, uno de los
conferencistas decía que
“Sartre ya no era la
moda”. En París, se
afirmaba “que Sartre era
la pasión por el error”.
En la conferencia que
impartí entonces y que
titulé “Sartre, lo que
queda de él en mí”
afirmé “no hay duda, el
error forma parte del
riesgo; el error es
propio de quienes se
encuentran en la
avanzada del pensamiento
y de la problemática
social. No yerran
quienes guardan sus
naves en puerto seguro;
tampoco quienes,
calculándolo todo, hacen
sus juicios a
posteriori”; “Su
pasión por la
libertad, sus andanadas
antidogmáticas, su
marxismo humanista, la
reafirmación del sujeto,
su filosofía de la
existencia, su
pensamiento aleatorio en
busca de la esperanza,
su revelación del
compromiso del
intelectual, su fervor
por la justicia social
que lo llevó a la
renuncia del Premio
Nobel y a la poca estima
de la Academia Francesa,
su anticolonialismo y
antirracismo, permiten
asumir aquella idea de
que es preferible
equivocarse con Sartre
que acertar con Raymond
Aron”.
Hessel retoma a Sartre
en la parte de Sartre
que queda en él. Pero
alegra ver de nuevo a
Sartre, emerger del
sepulcro en que, con
demasiada rapidez, lo
quisieron enterrar
neoliberales y
posmodernistas. En el
2006, concluía aquel
trabajo sobre Sartre
afirmando: “¿Acaso no
hace apenas unos meses
se incendiaron los
barrios pobres de
París?; ¿qué fue de los
negros de la Louisiana
cuando lo batieron un
huracán tropical y otro
neoliberal?; ¿dónde
estuvo la voz capaz de
levantarse para detener
la matanza de Uganda?;
¿acaso, las buenas
conciencias no han
contemplado pusilánime
frente a las pantallas
de sus televisores el
uso de la más alta
tecnología hacia pueblos
como Afganistán, Irak,
Serbia, por solo citar
los más escandalosos con
el pretexto de derribar
a un tirano? El
pensamiento de Sartre, y
se sabe muy bien, era
contrario a esas buenas
conciencias. Él estaría
hoy, insolente, retador
—si pudiera—, marchando
por las calles de París
y quién sabe por cuáles
otras tronando furioso
no solo contra el
crimen, no solo contra
quienes lo cometen, sino
contra esos buenos
ciudadanos que duermen
con la conciencia
tranquila y que son
quienes hacen posible
que esas atrocidades
sucedan”.
A Stéphane Hessel se
debe el documento que
llamó a indignarse,
a tomar las calles y
a clamar contra la
injusticia; mucho más,
se debe el grito de
¡indígnense! para
preservar el planeta,
salvar a la raza humana,
conservar la condición
humana y reivindicar los
derechos verdaderos y
elementales del hombre.
En 1989, durante los
debates en torno al
bicentenario de la
Revolución Francesa, se
lanzó el grito, de “se
acabó la Revolución”.
Según esta tesis, sería
necesario reescribir la
historia pero ahora
negando el valor de esos
procesos que cambiaron
el mundo. Acompañaron a
aquellos debates, un
ambiente de época, algo
ajeno al que respiran
los jóvenes que hoy
tienen menos de 25 años.
Se lanzaron lemas tras
los cuales numerosos
tratados daban inicio a
un nuevo modo de ver el
mundo. Entre esos lemas
estuvo el fin de la
historia, el fin de la
Ilustración, el fin de
la Modernidad, el fin de
la ética, la crisis de
la educación y los
sutiles cambios
conceptuales que
desviaban el pensamiento
de objetivos
trascendentes. En fin,
la tesis de vivir por
vivir; pensar en el hoy
sin ayer y sin mañana.
Apenas en un cuarto de
siglo, una profunda
crisis del sistema hegemonizado y mundial
lleva a un nuevo modo de
replantearse la
realidad. Un despertar
amargo acompaña a
multitudes indignadas en
las calles. Y el pequeño
folleto de Stéphane
Hessel llega a todos los
corazones y a todos los
cerebros porque dice lo
que todos necesitan oír,
por una razón o por la
contraria. Quizá se
acabó la inocencia de
las buenas conciencias;
quizá ha tocado a su fin
la falsa certeza de que
no hay alternativa. Al
parecer, de nuevo, “un
fantasma recorre
Europa…”
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario