Frei Betto
Espiritualidad
y religión se complementan pero no se confunden. La espiritualidad
existe desde que el ser humano irrumpió en la naturaleza, hace más de
200 mil años. Las religiones en cambio son recientes, no traspasan los 8
mil años de existencia.
La
religión es la institucionalización de la espiritualidad, así como la
familia lo es del amor. Hay relaciones amorosas sin constituir familia;
del mismo modo, hay quien cultiva su espiritualidad sin identificarse
con ninguna religión. Hay incluso espiritualidad institucionalizada sin
ser religión, como el caso del budismo, que es una filosofía de la vida.
Las
religiones, en principio, debieran ser fuentes y expresiones de
espiritualidades. Pero no siempre sucede así. En general, la religión se
presenta como un catálogo de reglas, creencias y prohibiciones, en
tanto que la espiritualidad es libre y creativa. En la religión
predomina la voz exterior, la de la autoridad religiosa; en la
espiritualidad predomina la voz interior, el ‘toque’ divino.
La
religión es una institución; la espiritualidad una vivencia. En la
religión hay lucha de poder, jerarquía, excomuniones y acusaciones de
herejía. En la espiritualidad predominan la disposición de servicio, la
tolerancia con la creencia (o increencia) ajena, la sabiduría de no
transformar al diferente en divergente.
La
religión culpabiliza; la espiritualidad induce a aprender del error. La
religión amenaza; la espiritualidad estimula. La religión refuerza el
miedo; la espiritualidad la confianza. La religión ofrece respuestas; la
espiritualidad suscita preguntas. Las religiones son causa de
divisiones y de guerras; las espiritualidades, de aproximación y
respeto.
En
la religión se cree; en la espiritualidad se vive. La religión nutre el
ego, pues una se cree mejor que la otra; la espiritualidad trasciende
el ego y valora todas las religiones que promueven la vida y el bien. La
religión provoca devoción; la espiritualidad meditación. La religión
promete la vida eterna; la espiritualidad la anticipa. En la religión
Dios, a veces, es apenas una idea; en la espiritualidad es una
experiencia inefable.
Hay
fieles que hacen de la religión un fin y se entregan de cuerpo y alma a
ella. Ahora bien, toda religión, como sugiere la etimología de la
palabra (religar), es un medio para amar al prójimo, a la naturaleza y a
Dios. Una religión que no suscita amorosidad, compasión, cuidado del
medio ambiente y alegría sólo sirve para ser echada al fuego. Es como
una flor de plástico, bonita pero sin vida.
Hay
que tener cuidado para no tirar a la criatura con el agua de su baño.
El desafío es reducir la distancia entre religión y espiritualidad, y
cuidar de no abrazar una religión vacía de espiritualidad ni una
espiritualidad solipsista, indiferente a las religiones.
Hay
que hacer de las religiones fuentes de espiritualidad, de práctica del
amor y de la justicia, de compasión y servicio. Jesús es el ejemplo de
quien rompe con la religión esclerotizada de su tiempo, y vive y anuncia
una nueva espiritualidad alimentada en la vida comunitaria, centrada en
una actitud amorosa, en la intimidad con Dios, en la justicia para con
los pobres, en el perdón. De esa espiritualidad resultó el cristianismo.
Hay
teólogos que defienden que el cristianismo debiera ser un movimiento de
seguidores de Jesús, y no una religión tan jerarquizada y cuya
estructura de poder absorbe una parte considerable de su energía
espiritual.
El
fiel que practica todos los ritos de su religión, que acata los
mandamientos y paga el diezmo y, sin embargo, es intolerante con quien
no piensa o cree como él, podrá ser un religioso óptimo pero carece de
espiritualidad. Es como una familia desprovista de amor.
El
apóstol Pablo describe magistralmente lo que es la espiritualidad en el
capítulo 13 de la primera carta a los corintios. Y Jesús lo ejemplifica
en la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37) y hace una crítica
mordaz de la religión en Mateo 23.
La
espiritualidad debiera ser la puerta de entrada de las religiones.
Antes de pertenecer a una iglesia o a una determinada confesión
religiosa, sería mejor que ésta procurara al interesado la experiencia
de Dios, que consiste en abrirse al Misterio, aprender a orar y a
meditar, a penetrar el sentido de los textos sagrados.
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