Estimada Rectora de la Universidad Nacional de Córdoba.
Profesores, alumnos, amigos:
En
las diferentes luchas de emancipación de Cuba, siempre participaron
hombres de diversos países: latinoamericanos, españoles, polacos,
chinos, norteamericanos; por sus méritos, llegó a ser General en Jefe el
dominicano Máximo Gómez Báez.
Posteriormente,
como en gratitud, generaciones de cubanos han participado en gestas de
distinto tipo en países del mundo. Sólo en los años 30 del pasado siglo,
en la guerra civil española, lucharon más de un millar de cubanos
voluntarios en las brigadas internacionales.
Pero
después del triunfo de la Revolución, en la década del 60, la idea de
ser internacionalista empezó a ser en Cuba algo así como lo máximo, y
por estar dispuesto a serlo llegó a medirse la calidad de hombres y
mujeres. Incluso se hizo habitual que pusiéramos por escrito nuestra
disposición de ir a cualquier punto del planeta en que la solidaridad
nos reclamara.
Aún
así, inicialmente yo no entendía muy bien el internacionalismo. Hasta
los 20 años pensaba que era un gesto generoso, pero no estaba totalmente
convencido de aquello de marcharse a ayudar a otro país, cuando en
nuestra propia tierra faltaba tanto por hacer.
Sólo
unos pocos años antes, en nuestra más reciente etapa de liberación,
luego de una dura travesía desde México hasta Cuba, un argentino había
formado parte del núcleo que fundara el Ejercito Rebelde. Ya en la
Sierra Maestra había comandado la segunda columna guerrillera y había
realizado la invasión desde el oriente hasta el occidente de Cuba, a la
par del legendario Camilo Cienfuegos. Después había estado al frente de
la toma de la importante ciudad de Santa Clara, acción que infringió una
derrota significativa al ejército de la tiranía. Este argentino formó
parte del Gobierno Revolucionario, fue presidente del Banco Nacional y
Ministro de Industrias. Además fundó una familia y tuvo varios hijos en
Cuba. Pero todos sus cargos, incluso su amada familia, los dejó por ser
capaz de sentir en su mejilla la bofetada dada a otra persona en otro
lugar del mundo, según sus propias palabras.
Comprender
la dimensión del sacrificio de este hombre, su idea del
internacionalismo como acto supremo de solidaridad, como expresión
máxima de la condición humana, movió mis convicciones.
En
junio de 1967, cuando fui desmovilizado de mi servicio militar, aquel
hombre al que sus compañeros cubanos habían apodado cariñosamente Che,
ya se encontraba en Bolivia en otra experiencia internacionalista.
Apenas le quedaban 4 meses de vida.
Su
muerte, en octubre, fue una conmoción en mi país, muy especialmente
para los jóvenes de mi generación. Este hecho, que también tuvo
repercusiones universales, terminó de fraguar un arquetipo humano que
nos serviría como brújula durante años. Tanto fue así que desde entonces
empezaron a salirme composiciones donde trataba de explicar los
significados de su altruismo.
La primera de las canciones que compuse motivado por el Che fue La era está pariendo un corazón. Este tema, que al inicio suscitó controversias por el uso de la palabra parir,
acabó convirtiéndose en un suceso nacional, interpretado por la
extraordinaria Omara Portuondo. Curiosamente también fue la primer
canción de la llamada nueva trova que trascendió las fronteras de Cuba, cuando Pino Solanas la incluyó en su importante documental “La Hora de los Hornos”.
Fusil contra Fusil, la segunda canción que escribí por Ernesto Guevara, la compuse sólo unos minutos después que la primera. Y es que en La Era
me faltaba el nombre y el apellido de quien me había mostrado aquella
forma de entender la solidaridad. Pero siempre fui enemigo de lo
demasiado explícito. Por preferencias personales pensaba que las
palabras de las canciones tenían que parecerse a los tropos poéticos.
Por eso en Fusil contra fusil,
más que a la persona, mencioné la conclusión extrema a la que había
llegado un hombre: que a los fusiles de los opresores podían responder
los fusiles de los oprimidos.
América, te hablo de Ernesto
se me apareció en 1972, muy cerca de aquí, en el primer país
Latinoamericano que visité. Era el Chile de otro hombre admirable:
Salvador Allende, quien había llegado a la presidencia por la vía de las
urnas. Su gobierno era una coalición de izquierdas donde sólo el MIR y
otros pocos creían en la teoría del foco guerrillero. Un día hubo un
gran mitin en el Estadio Nacional, donde figuraban los rostros de muchos
próceres de América. Viendo que faltaba el Che, construí mentalmente la
canción y cuando llegué al hotel sólo tuve que transcribirla.
Un hombre se levanta, también llamada Antesala de un Tupamaro, la
hice para una serie de televisión que contaba las peripecias de la
guerrilla urbana del Uruguay. Tuve la suerte de que fuera interpretada
por Sara González, que empezaba por entonces y la convirtió en un éxito.
La oveja negra la
compuse también en los 70, en un período en que, por identidad
continental, traté de usar ritmos de la música andina y del cono sur.
Hombre fue
para conmemorar el XX aniversario de la caída del guerrillero. Era 1987
y cuando digo “Hombre y amigo, aún queda para estar contigo, Hombre sin
templo, desciende a mi ciudad tu ejemplo”, estoy cantando frustraciones
de una sociedad que un Hombre con mayúscula ayudó a fundar con un alto
nivel de exigencia.
Desde
entonces hasta hoy han cambiado algunas cosas. Con la caída del campo
socialista el mundo, que desde el punto de vista de las superpotencias
era bipolar, aparentemente empezó a ser dominado por un solo punto de
vista. Hablo de apariencias porque nosotros seguimos siendo un Tercer
Mundo testimoniante e indignado. Y es que mientras existan las
espantosas diferencias que nos separan y las intolerables injusticias
que cometen los más poderosos, la idea de redención de hombres como este
argentino-cubano-rosarino-cordobés-congolés-boliviano Guevara inspirará
principios, obras y canciones.
No hace mucho hice una Tonada del albedrio
y la incluí en el último disco que he grabado. En ella retomo la
todavía vigente idea del Che de que el socialismo no requiere
intelectuales asalariados al pensamiento oficial. Y desmiento a los que
quieren estigmatizar al revolucionario como hombre violento. Y es que la
violencia a ultranza no hubiera congregado tanto mundo dispar, como
hace el Che; esto sólo es posible bajo la divisa del amor.
Algunas
de las ideas de este hombre fueron concebidas en un mundo que ha sufrido
cambios. Pero su búsqueda de una dignidad humana plena sigue siendo un
motor contemporáneo. Porque Ernesto Guevara no tuvo intereses mezquinos:
fue un inconforme radical, un iconoclasta que puso su pellejo por
delante para dar un sentido superior, más que a su propia vida, a la
vida de todos. Por eso ha sido lucidez inspiradora de actos, poemas y
canciones en muchos tiempos y lugares. Por eso aún los jóvenes del mundo
lo llevan como emblema. Por eso los cubanos todavía andamos con su
espíritu en actividades solidarias de la salud, la educación, la
cultura, el deporte y la amistad entre los pueblos.
Y en la
tarde de hoy pudiera decir que el Che, insólitamente, también está en la
profunda gratitud que me motiva este acto, en esta casa Universal de
Córdoba, tierra donde este Hombre sin muerte también dejó su huella.
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