Nelson Fredy Padilla
Tomado de El Espectador (Colombia)
En 1999, siendo dueño y cronista de la revista Cambio, Gabriel García Márquez admitió entre líneas haber sido el emisario de un texto ultrasecreto que su amigo Fidel Castro le envió al entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton. Sin embargo, nunca trascendieron los detalles de la misión en la que el Nobel colombiano protagonizó episodios dignos de una novela de espionaje y que acaban de ser revelados en el libro Os últimos soldados da Guerra Fria, escrito por el periodista brasileño Fernando Morais.
El Espectador tuvo acceso a
varios de los documentos del caso, publicados en portugués, junto con la
historia de 14 informantes cubanos infiltrados ilegalmente en Miami y
hoy condenados en EE.UU. En 1998 Fidel Castro completaba 14 años de
intentos infructuosos para tomar contacto directo con la Presidencia de
los Estados Unidos con el fin de ponerla al tanto de 127 atentados
terroristas atribuidos al grupo extremista cubano-americano liderado por
Luis Posada Carriles. Quiso ser el primero en advertir a Washington que
en las escuelas de aviación de la Florida había un peligroso potencial
que estaba siendo dirigido hacia Cuba, a través de vuelos intimidatorios
contra el turismo y para interferir comunicaciones oficiales, el cual
también podía ser usado por terroristas internacionales contra
Norteamérica. Otra de las alertas incluyó, según el libro de Morais,
hacer llegar al director de la CIA, William Casey, a mediados de 1984,
un detallado informe sobre “un complot, abortado a tiempo, para asesinar
al presidente de EE.UU”.
La
posibilidad de una línea directa con la Oficina Oval pasó a depender de
la amistad de García Márquez y Bill Clinton. La misión fue marcada con
“la impronta de las ocasiones íntimas”, el calificativo de Fidel Castro
en sus memorias al cruce de caminos de los dos desde que a los 21 años
de edad coincidieron, sin saberlo, en El Bogotazo, el 9 de abril de 1948
en la capital colombiana. Se conocieron cuando Castro estaba en el
poder. El torbellino de las violencias de sus países, sus inquietudes
políticas de izquierda y la literatura forjaron una amistad de hierro
que ha hecho historia por más de medio siglo.
Los buenos oficios de Gabo
Corría
abril de 1998 cuando el Nobel de Literatura llegó a La Habana, esa vez
para escribir un reportaje sobre la visita del papa Juan Pablo II a la
isla, realizada tres meses antes. Fidel le comentó sobre lo difícil que
era hacer contacto con Clinton y el colombiano le reveló que por
casualidad estaba esperando una audiencia con él para hablar de
Colombia, el narcotráfico y la guerrilla. Se trataba de uno de sus
sondeos secretos en busca del clima propicio para un proceso de paz con
las Farc, lo que efectivamente se hizo realidad durante el gobierno de
Andrés Pastrana, con la ayuda entretelones de Gabo, quien de blanco
hasta el sombrero estuvo en la instalación de las negociaciones con ese
grupo guerrillero en San Vicente del Caguán.
Esa
obsesión con la paz le costó el exilio en la época del gobierno de
Julio César Turbay, hasta que logró su cometido en los diálogos que
permitieron a comienzos de los 90 la desmovilización del M-19. Fue
invitado al acto de desarme y a la firma del acuerdo final. Él se negó
con un argumento demoledor: “Lo que me gusta es conspirar por la paz”.
El mismo perfil mantuvo durante el gobierno Pastrana, no sólo en el caso
de las Farc, sino para facilitar los contactos con el Eln en Cuba, con
anuencia de Cuba.
A ese
“talento cósmico”, de prestidigitador, acudió Castro. A finales de abril
de 1998 García Márquez dictó un taller de literatura en la Universidad
de Princeton, en Nueva Jersey, y para esos días le pidió a Bill
Richardson, hombre de confianza del gobierno Clinton, una cita con el
presidente. Gabo y Fidel estuvieron de acuerdo en aprovecharla no sólo
para hablar del caso colombiano, sino para entregarle un mensaje del
líder cubano.
Discutieron el
contenido hasta que la decisión del comandante fue no enviarle una
carta membreteada y firmada por él, sino un documento con siete puntos,
mecanografiado en español, traducido al inglés y guardado en un sobre
lacrado sin firma ni remitente (ver recuadro). Dos compromisos asumió
Gabo: entregárselo personalmente e intentar hacerle dos preguntas cuyas
respuestas podrían significar el restablecimiento de contactos entre
Washington y La Habana.
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