sábado, 23 de marzo de 2013

A la media rueda de pan y canela


Rubén Darío Salazar • Matanzas, Cuba


Primero fue el Guiñol Titiritero de los Hermanos Camejo en 1949; luego, el Guiñol Nacional de Cuba en 1956, y finalmente, el 14 de marzo de 1963, el Teatro Nacional de Guiñol. Es al nacimiento de esta última agrupación liderada por los hermanos Pepe y Carucha Camejo, junto con Pepe Carril, más a un elenco joven dispuestísimo, del cual aún se mantiene allí como mentor el actor titiritero, diseñador, investigador y director artístico Armando Morales Riverón, a lo que me quiero referir. Cincuenta años son media rueda de vida, una mayoría de edad a la que se llega tras largos y no siempre venturosos avatares. Nacido el conjunto con el advenimiento de la Revolución triunfante, siempre su historia se ha parecido al tiempo que vive la nación, sea en los 60, 70, 80, 90 o en el presente siglo que vivimos.
Imagen: La Jiribilla
Si algo marcó a la llamada época de oro del Guiñol cubano, fue la experiencia acumulada que poseían sus líderes fundadores, en cuanto a recursos técnicos, sobrado talento y una sólida formación cultural. Con esas herramientas construyeron un ejército nuevo de titiriteros, y para ello llamaron a todo lo que valía y brillaba artísticamente en aquel periodo, en el campo de la dramaturgia, la pintura, el ballet, la danza, la música y la literatura. Cuentos infantiles cubanos y extranjeros marcaron el repertorio de esa deslumbrante época inicial, ramillete completado con títulos para adultos, piezas inimaginadas por muchos con posibilidades reales de representarse con figuras, pero lo hicieron y muy bien. Lo clásico, lo campesino, el folclor cubano, las tradiciones culturales populares, las vanguardias, todo formó parte del coctel creativo de un grupo que marcó con sus resultados, premios, críticas, presencia en el mundo, todo lo que aconteció después, tanto en el seno del conjunto como en los grupos que continuaron ese inicio de oro a lo largo del país. Ni la llamada parametración, con sus tristes e inútiles consecuencias ha podido borrar ese pedazo imprescindible de la historia de nuestro arte titeril.

Prolongar lo conseguido en 1963, no fue tarea fácil para quienes siguieron después, mucho menos para quienes llegaron nuevos a los populosos predios del edificio Focsa, en la década del 70. Unidos los artistas que quedaron del Guiñol Nacional con los de otro colectivo de trayectoria ascendente como era el Teatro de Muñecos de La Habana, el grupo perdió su poética original y tuvo que recomenzar su historia artística dando cabida a diferentes estéticas y conceptos a la hora de hacer teatro de títeres. Se debilitó lo alcanzado en el terreno del retablo para adultos, los actores comenzaron a tener mayor presencia que los títeres en algunos montajes, provocando estas y otras debilidades, un desfase en los resultados entre un periodo y otro. Aún así se lograron en los 70, 80 y 90, espectáculos de calidad, surgidos del talento de creadores amantes del teatro para jóvenes, niños y de figuras, artistas verdaderos que intentaron enrumbar al grupo hacia nuevos destinos, acción que siempre será más válida que perecer ante cambios tan bruscos. Logros en los diseños, la música, los textos, las actuaciones en vivo y con muñecos, más otras influencias y conocimientos provenientes de la escena mundial se alcanzan en varias producciones realizadas  en los finales del siglo XX.
El siglo XXI trajo nuevos aires, los títeres vuelven a ser dueños de la escena del guiñol, también los problemas sociales y económicos, remanentes del llamado periodo especial. Se pretende rescatar la herencia legítima que dejaron de una forma u otra los hermanos Camejo y Carril, sin olvidar las ganancias artísticas de otros directores de valía que pasaron por allí, dejando su huella más auténtica. Nada será fácil. La sala seguirá siendo la casa de las compañías del país en viaje por la Capital. Se abren puertas a programaciones con otras alternativas escénicas alejadas del perfil del Teatro Nacional de Guiñol, como el humor y el teatro dramático con actores. Se proyectan ferias titiriteras, temporadas, talleres y concursos sobre la especialidad. Al cumplir la media rueda, el Guiñol Nacional ha seguido siendo, aún con varias interrupciones constructivas, el sitio donde la familia cubana acude cada fin de semana para ver teatro de títeres. El equipo creativo que sostiene allí ese arte maravilloso, tiene ante sí el enorme reto de que el teatro de los pioneros del títere profesional en la Isla, continúe siendo algo más que un lugar paradigmático o arquetípico. Hay, por delante, 50 años más a la espera.

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