POR QUÉ EN CUBA NO
Por: Jorge Gómez Barata
Publicación Original en Cubano1er.Plano
A propósito de las combativas jornadas protagonizadas por los
estudiantes que en varios países latinoamericanos luchan por lograr que
el Estado asuma sus responsabilidades en el financiamiento de la
educación y reclaman una enseñanza de calidad, escuché a un líder
universitario cubano decir que: “Afortunadamente en Cuba tenemos una
educación gratuita y de calidad”. Tal enfoque me pareció inexacto.
La educación no es gratis sino extremadamente cara, la calidad no
sólo no es óptima sino defectuosa y los jóvenes de hoy no tienen que
salir a pelear a las calles porque antes lo hicieron sus mayores, aunque
tampoco pueden abstenerse ni creer que su tarea es portarse bien,
aprender las cuatro reglas y comportarse como “afortunados herederos”.
Nada se conseguirá sin lucha y sin un compromiso revolucionario
constantemente renovado y un visible activismo político.
En Cuba la asignación para gastos sociales representa el 43 por
ciento del producto bruto interno, de lo cual el 14 por ciento se dedica
a la educación. Mas no se trata sólo de dinero. El sistema escolar
significa edificios, instalaciones, transportes y menaje, editoriales e
imprentas, medios de enseñanza, comedores, alimentos, estipendios y
salarios y sobre todo cientos de miles de personas, principalmente
maestros y profesores, funcionarios y empleados que cumplen diversas
tareas, desde mantener los jardines hasta impartir doctorados o realizar
investigaciones avanzadas.
Lo que ocurre en la isla es que como resultado de la obra social de
la Revolución, la educación y otras esferas se financian de modo
diferente, no a cuenta de los ingresos personales de los trabajadores
sino de los fondos sociales de consumo, que se forman con el aporte de
las diferentes actividades productivas y de servicios a la economía
nacional. Los recursos para la educación, la salud, el deporte, la
seguridad social y otros, surgen de los valores creados por los
trabajadores.
No es culpa de los estudiantes ni son solo ellos los confundidos por
un discurso que intentando marcar la diferencia entre el sistema
político cubano y el papel que en la isla desempeña el Estado en la
promoción del bien común y la realidad de otros países donde el poder da
la espalda a sus obligaciones, ha promovido una comprensión errónea que
asocia la financiación estatal con la gratuidad lo cual, además de
inducir a una percepción errónea de los procesos económicos y
financieros, contribuye a una comprensión equivocada de la naturaleza y
del papel del Estado, que no es un mecenas sino un administrador del
patrimonio público.
En cuanto a la calidad de la educación, particularmente en la
educación superior, resulta conveniente advertir que en parte la misma
se sostiene sobre la preparación de los docentes, pero también sobre
elementos materiales como son: aulas apropiadas, laboratorios avanzados,
textos actualizados, literatura actual, posibilidades para investigar y
proponer innovaciones, para lo cual es preciso invertir recursos y
donde el esfuerzo no siempre conduce al éxito.
La calidad de la educación superior en Cuba está afectada por la
carencia de recursos, la escases de publicaciones técnicas y
científicas, por las dificultades de estudiantes y profesores, muchos de
los cuales no disponen de computadoras ni tienen acceso expedito a
INTERNET, por las escasas posibilidades de profesores y estudiantes para
viajar al extranjero y por lo magro de los contactos académicos con el
exterior.
A ello, sobre todo en las ramas de las humanidades, se suman la
vigencia de criterios atrasados, derivados de haber comprometido la
enseñanza con enfoques erróneos asociados a la incorporación a los
currículos de los criterios del llamado marxismo-leninismo importado de
la Unión Soviética y de asumir acríticamente los conceptos del llamado
materialismo dialectico.
Naturalmente los estudiantes cubanos no necesitan lanzarse a las
calles para reclamar derechos que sus padres conquistaron, pero ello no
significa que su protagonismo político y el de sus organizaciones dentro
y fuera de las aulas se anulen.
La lucha por la renovación de nuestra sociedad, el perfeccionamiento
de sus estructuras, la actualización de los modelos económico y
político y por la eficacia de los instrumentos de participación,
requiere de la intervención protagónica del sector académico, en
particular de los estudiantes y profesores universitarios avanzados de
cuyos conocimientos el país no puede prescindir.
No se trata de inventar consignas extemporáneas sino de sumarse a
los esfuerzos más avanzados por la renovación y la consolidación del
socialismo, cosa que implica critica, creación y constante desarrollo.
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