sábado, 24 de septiembre de 2011

SER CIUDADANO: ESE POBRE INDIVIDUO NUESTRO

Escrito por Jorge Enrique «Jorgito 761» Rodríguez (tomado de Proyecto Esquife)     


La «independencia de criterio» se ha erigido una de esas grandes ausencias que rezuman las superestructuras (discursos y sujetos) que cíclicamente nos inventamos como paliativo para aliviar la consciente oxidación de nuestra praxis; y como complacencia ante la infortunada proyección (también consciente) de nuestra responsabilidad histórica, en detrimento (y a expensas) de la memoria que ha sido subordinada a las dictaduras ideológicas, políticas, sociales y culturales de los últimos tiempos. Comprender que esta realidad nos cohabita sería en todo caso --cuando menos--, una actitud lúcida.
La polémica que se iniciara a partir de la publicación, en el periódico Juventud Rebelde, del artículo Ser ciudadano (2), bien podría servir para corroborar la distancia que nos separa de hallar o reformular fundamentaciones que transciendan aquellas conceptualizaciones --ya sean estéticas, sociales, culturales, etcétera-- que hemos manejado habitualmente, y que han sido desde siempre principios eurocéntricos y de un marcado carácter hegemónico.
Ser ciudadano en la responsabilidad: una reflexión sobre el artículo
«La utopía de ser ciudadano» (3), que escribiera el periodista Giovanni Fernández Valdés --en respuesta a mi ejercicio de criterio La utopía de ser ciudadano (4)--, me resultaría muchísimo más interesante y curioso que aquel otro publicado por el también periodista Ricardo Ronquillo Bello.
Interesante porque intenta fundamentar su tesis desde una perspectiva filosófica (e ideológica), que tal vez aventaja a la singladura ambigua y trasnochada de Ronquillo Bello, pero que igual no logra desprenderse en su andanza de las leyes académicas que no han podido trascenderse a sí mismas, ni en sus interrogaciones, ni en un pensamiento propio, coherente con sus circunstancias y contextos.
Curioso porque ni aun cuando fórmula un conjunto de preguntas tangenciales --en realidad ya replanteadas y manidas--, sus respuestas no van más allá de los límites interceptados (secuestrados) por los enunciados aparentemente eruditos, erigidos desde el latifundio del pensamiento contemporáneo.
Ya en su introducción Fernández Valdés nos prefigura la metodología de su agenda, y esboza las fronteras que aprehenderá en detrimento de un discurso que más adelante intentaría ser propio; pero resulta harto complejo deshacerse de una urdimbre que ha sabido hurtar, con probada eficacia, cualquier intento de alzar la voz:
La problemática acerca de si ser ciudadano implica o no un nivel de responsabilidad hacia los demás ya sea material o espiritual ha sido discutida desde la filosofía clásica griega, pasando por la clásica alemana, hasta llegar a los positivistas lógicos del siglo XX y demás teorías de la pasada centuria.
Al parecer en este sujeto descentrado --según el propio Max Weber-- que se conformó en el siglo de la bomba atómica, las dos guerras mundiales, etcétera-- y que nos ha llegado al XXI con un rostro angustiado, cansado de hacer historia con mayúscula y de pensar en un futuro mediato sigue siendo, no obstante un tema todavía en debate.
He aquí, «la persistencia» --advertida por Orlando Hernández-- que ha convertido a nuestros intelectuales (también a nuestros periodistas, escritores, críticos, etcétera) en un discurso inamovible ante los postulados de «la filosofía griega», de «la clásica alemana», de «los positivistas lógicos», de «Max Weber» y demás, olvidándose del derecho a cuestionar, a contestar o, al menos, a interrogar críticamente. Esa misma persistencia que, en considerable medida, nos dejara como herencia a ese sujeto descentrado […] con un rostro angustiado, cansado de hacer historia con mayúscula y de pensar en un futuro mediato, y al que habría que agregar su terca inclinación a desechar toda actitud iconoclasta.
Puede observarse en esta introducción que, cada uno de los paradigmas esgrimidos pertenece al catálogo del llamado pensamiento occidental. Es este, precisamente, un dato que se antoja sospechoso pues delata por sí mismo la emboscada: excluye de antemano (y más adelante ratifica su exclusión) cualquier otro postulado.
Pero dejemos que sean las propias interrogantes de Fernández Valdés las que iluminen el escenario:
¿Ser ciudadano implica tener un compromiso con el gobierno, cualquiera que este sea y en qué medida? […] ¿Esa sociedad en la que el individuo se va construyendo lo aparta de las principales decisiones de índole “trascendental” (diríamos en la construcción de un sistema social en el que nadie ha vivido como el comunismo, por ejemplo), convirtiéndolo en un ser egoísta o introvertido? […] ¿Qué responsabilidad tengo como ciudadano de un país (de qué fronteras estamos hablando cuando hablamos de una inmigración como nunca antes), o como ciudadano del mundo (de qué mundo estamos hablando cuando la cultura árabe parece en contradicción total con la occidental y la asiática tiene una influencia variable distante y cercana, enajenada y enajenante)?
Me resulta hondamente escandaloso y alarmante que alguien pueda aseverar que, la cultura árabe «parece» en contradicción total con la occidental y la asiática tiene una influencia variable distante y cercana, «enajenada» y «enajenante».
No es que «parece»; simplemente es diferente. ¿Acaso ser diferente tiene algo de pecaminoso; delictivo; inhumano? ¿Dónde aprendió Fernández Valdés que la cultura asiática tiene una influencia variable distante y cercana, enajenada y enajenante? No olvidemos su introducción. Casi ni lo culpo, aunque sí lo responsabilizo por irrespetar y condenar las diferencias.
Coincido, junto a Spencer y Borges, en que el más urgente de los problemas de nuestra época ha sido la gradual intromisión del «Estado» en los actos del «individuo». Intromisión esta que siempre ha gozado de una evidente intencionalidad, y que por una curiosa coincidencia hemos decidido ignorar: la instauración de la igualdad (supuesta) de todos anula, por antonomasia, todo vestigio de oposición. La emboscada perfecta.
Sin embargo no ha sido el «Estado» la única autoridad en apropiarse de este principio. Basta recordar una vez más las palabras de David Wheldon,  exdirector del coloso Coca-Cola: […]ante la dificultad de prever cómo será el consumidor del futuro, la solución es crearlo nosotros mismos desde el presente con la ayuda de buenas ideas y buena publicidad. El consumidor del futuro va a estar donde queramos que esté. O aquellas otras de Alvin Toffler cuando sentenciaba que […]una potencial pesadilla a la que los gobiernos de países con alta tecnología se enfrentan se deriva de la división de las poblaciones en inforricos e infopobres. Cualquier gobierno que deje de tomar medidas concretas para evitar esta división está buscando que se produzcan convulsiones políticas en el futuro[…] (5).
No es difícil comprender cuáles son los verdaderos «por qué» agazapados en la idea de que, en alguna medida o aspecto, todos debamos ser iguales. ¿Altruismo? Honestamente, nunca lo he creído. La mismedad como lógica (calidad) de vida y la desaparición de la otredad. He ahí el demiurgo.
¿Habría que recordar aquí las causas y consecuencias del derrumbe del «modelo de igualdad social» cubano? O mejor, ¿sería necesario desentrañar aquí que ese «modelo de igualdad social» nunca fue más que un espejismo; otro de los tantos que hoy pretendemos superar con llamamientos extravagantes y a deshora como los convocados en los párrafos de Ronquillo Bello?
Sin embargo, no debería sorprendernos que en muchos de estos procesos «post-rectificación de errores» se formulen soluciones que resultan (salvando las distancias temáticas) tan descabelladas como las aplicadas por el gabinete húngaro para paliar la crisis financiera. El tema es diferente sí, pero los métodos similares: construir presas con técnicas del siglo XIX solo tendrá como resultado embalses… del siglo XIX.
Fernández Valdés señala que, lo que me preocupa es que Rodríguez confunde los términos ciudadano e individuo. En cambio, mi preocupación estriba en que su intento de dilucidar la confusión de mis conceptos, termina contradiciendo su propio discurso:
[…]Es imposible en la visión de Rodríguez Camejo que un sujeto respete al otro, si en su conformación no lo ve ni precisa de este; solo en la acción social está la individuación, sin determinaciones rígidas, solo cuando participamos de ese hecho social es que podemos entendernos como sujeto único, lo que no significamos que no exista un nivel de interdependencia entre sujeto-sociedad, sino todo lo contrario en la intersubjetividad, en la cultura, en el saber compartido está la dimensión humana. El fragmento opaca el todo, como ver solo los árboles limita la visión del bosque y viceversa. ¿Cómo entender un individuo actuante cuando no se comprende como ciudadano?[…]
Y es que Fernández Valdés comete el mismo lapsus calami de Ronquillo Bello: cree que primero se puede ser «ciudadano» y después «individuo». No logra comprender la aberración que significa «pensar antes de ser». Incluso, su percepción de «individuo» deja al descubierto el convencionalismo social que lastra su discurso cuando afirma:
[…]en la responsabilidad ciudadana están muchas de las respuestas ante un mundo que se pronuncia desaforadamente hacia la individualidad posmoderna: los video-juegos, las telecomunicaciones, los espejos donde solo tú ves lo que pasa, los medios de comunicación que solo envían información para ti, para que llames tú ya para que te ganes tú el premio […].
No cabe dudas que confunde al sujeto/usuario/consumidor --ese que ha sido diseñado por los emporios del consumismo con el concurso y la complicidad de la política-- con el «individuo» que representa, repito, el verdadero protagonista de los procesos socioculturales y cívicos de la comunidad.
Creo pertinente volver a expresar aquí la esencia que, como bien dice Fernández Valdés, resume mi tesis y a la cual continúo adscrito. Reafirmo que, del mismo modo en que la superación del «habitante» sobre el «ciudadano» significa una aberración sociocultural (cívica), también lo es el hecho de incentivar o construir a un «ciudadano» sin antes existir (o soslayar a) un «individuo». El «ser humano» se trasciende a sí mismo hacia la búsqueda de su sino, su individualidad, su otredad con respecto al otro y lo otro, y sólo después decidir, desde la «independencia de criterio» y según sus intereses como «individuo», pertenecer a un proyecto de conjunto social para el cual tendría que cultivar(se) la actitud de «ciudadano». Violentar estos principios es desandar cuesta arriba la caída.
No quería cerrar este capítulo sin antes responder a una inquietud que se vuelve recurrente en los artículos de Ronquillo Bello y Fernández Valdés, y que a su vez significa la inquietud de muchos otros teóricos del actual movimiento de pensamiento de izquierda mundial. Fernández Valdés la expone del siguiente modo:
[…]los cubanos tenemos que tener un grado de responsabilidad con la Patria y respetar sobre todas las cosas la ley, el Derecho, sin olvidar que cada vez que se realice un cambio legal en Cuba tendremos la mirada del imperialismo. Planteamiento nada novedoso y que implica un segundo momento donde se incluye a los jóvenes y su continuo estudio de las leyes y la historia para que ese imperialismo no divida fuerzas y venza[…]
Por convicción propia, y no exagero si dijera que por naturaleza, soy antiimperialista. Pero no cometo la ingenuidad, ni la impostura de suponer que basta exorcizar o destruir a los «demonios imperiales» para que el mundo sea paradisíaco; y muchísimo menos comparto la insufrible teoría de aquellos que piensan que formular un temor es colaborar con el enemigo.
Se impone resemantizar nuestras recetas; revisitar nuestros cuestionamientos; reedificar nuestros paradigmas; rescatar nuestra memoria. Solo así podríamos librarnos de esa «parálisis crítica ante presuntas autoridades» que ha sido mordaza, y que ha impedido en cierto modo rescatar, como expresa Fernández Valdés, la idea de la sociedad humanizada de Marx, que es uno de esos ideales que no deberían ser utopías sino certezas de posibilidad.
Pero tampoco olvidemos a Borges (ah, Borges) cuando nos susurra que, clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad.
La Habana, 9 de octubre de 2011
(1) Desacuerdos con Vattimo, Orlando Hernández, La Gaceta de Cuba No. 5, septiembre-octubre 2008.
(2) Ser ciudadano, Ricardo Ronquillo Bello. Juventud Rebelde, Edición Única, domingo 26 de junio de 2011.
(3) Ser ciudadano en la responsabilidad: una reflexión sobre el artículo «la utopía de ser ciudadano», Giovanni Fernández Valdés, Agenda Esquife, jueves 18 de agosto de 2011 (www.esquife.cult.cu).
(4) La utopía de ser ciudadano, Jorge Enrique «Jorgito 761» Rodríguez, Agenda Esquife, miércoles 29 de junio de 2011 (www.esquife.cult.cu).
(5) El cambio de poder, Alvin Toffler.

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