Por Pablo Guadarrama González
Desde que irrumpieron las ideologías políticas, especialmente las que conformarían la modernidad, se fueron decantando diversas corrientes con posturas muy divergentes entre sí, y por supuesto con fundamentos filosóficos muy heterogéneos, sobre la forma y las vías de cómo debía organizarse la vida social.
La mayoría de ellas definieron con claridad sus ideas respecto a la cuestión del poder político, como instrumento para perpetuar algunas élites o clases dominantes, o para dar paso al predominio de otros sectores sociales.
No hay que olvidar que por ideología se pueden considerar un conjunto de ideas que se constituyen en creencias, valoraciones y opiniones comúnmente aceptadas, las cuales, articuladas integralmente, pretenden fundamentar las concepciones teóricas de algún sujeto social (clase, grupo, etnia, partido, Estado, Iglesia, etc.), con el objetivo de validar algún proyecto bien de permanencia, reforma o subversión de un orden socioeconómico y político, lo cual siempre presupone de algún modo una determinada actitud ética ante la relación hombre-hombre y hombre-naturaleza.
No hay que olvidar que por ideología se pueden considerar un conjunto de ideas que se constituyen en creencias, valoraciones y opiniones comúnmente aceptadas, las cuales, articuladas integralmente, pretenden fundamentar las concepciones teóricas de algún sujeto social (clase, grupo, etnia, partido, Estado, Iglesia, etc.), con el objetivo de validar algún proyecto bien de permanencia, reforma o subversión de un orden socioeconómico y político, lo cual siempre presupone de algún modo una determinada actitud ética ante la relación hombre-hombre y hombre-naturaleza.