martes, 16 de abril de 2013

Poemas a Girón

Crónica 1961
Víctor Casaus
                             Para Eduardo Heras,
                            que también vivió este poema

Lo peor era orientarse en aquel mar de camisas azules y sus semejantes
braceando entre los compañeros que también estaban allí desde el amanecer
citados sin previo aviso diciendo que la desorganización del país
pero felices de hallarse a punto de encontrar su puesto
en algún pelotón de infantería de cebar incansable algún mortero
partir el cielo con la mirilla eficaz de las ametralladoras
De allí partimos
y éramos el ejército más disímil del mundo
uniformes diferentes camisas desteñidas boinas sombreros
gorras de una gama apreciable de colores
partimos aquel pobre grande ejército de descamisados felices
de niños que entrábamos a la vez en la vida y en la historia del país
y cantábamos los mejores himnos las peores canciones de relajo
para asustar el enemigo que por casualidad nos viera
para herir los tímpanos de tanto indiferente que creíamos
descubrir en la parada del ómnibus

Cantábamos
hasta el mismo regreso de la escuela menor de infantería
que pasamos
Aquello estaba bien para nuestra sed de aventuras de la época
morteros hastiados de grasa subametralladoras nuevas
pistolas que se anunciaban para la felicidad mayor del miliciano
Ni héroes homéricos ni dioses olímpicos
fuimos tampoco cuando desterramos al enemigo del país
cuando avanzamos con una carretera como frente
mordiendo el polvo de la victoria
disparando los más locos cañonazos hiriendo y matando y muriendo
a lo largo y ancho de una ciénaga paraíso del diablo
donde quisieron imponerle nuevamente al país
la vieja historia que tanto conocíamos

Allá fuimos y fuimos
combatientes destacados muertos llenos de inmensa admiración
prisioneros por unas cuantas horas pilotos en la poca paz
que quedaba en las alturas
morteristas bragados de polvo o simplemente
lo mismo que antes fuimos
solo que ahora solo que entonces
puestos de frente a esa especie de animal que la gente llama historia
a sus imperativos sus mierdas sus atrocidades
bragando a los hombres del país recolectando toda la furia
que a través de siglos y años hicieron de mis compatriotas
esos airados semejantes que me acompañaban
entre el humo y la muerte y el ruido final de la victoria


Elegía de los zapaticos blancos
Jesús Orta Ruiz

Vengo de allá de la ciénaga,
del redimido pantano.
Traigo un manojo de anécdotas
profundas, que se me entraron
por el tronco de la sangre
hasta la raíz del llanto.

Oídme la historia triste
de los zapaticos blancos...
Nemesia ―flor carbonera―
creció con los pies descalzos.
¡Hasta rompía las piedras
con las piedras de sus callos!

Pero siempre tuvo el sueño
de unos zapaticos blancos.

Ya los creía imposibles.
¡Los veía tan lejanos!

Como aquel lucero azul
que en el crepúsculo vago
abría su flor celeste
sobre el dolor del pantano.

Un día, llegó a la ciénaga
algo nuevo, inesperado,
algo que llevó la luz
a los viejos bosques náufragos.

Era la Revolución,
era el sol de Fidel Castro,
era el camino triunfante
sobre el infierno de fango.
Eran las cooperativas
del carbón y del pescado.

Un asombro de monedas
en las carboneras manos,
en las manos pescadoras,
en todas, todas las manos.
Alba de letras y números
Sobre el carbón despuntando.

Una mañana... ¡Qué gloria!
Nemesia salió cantando.
Llevaba en sus pies el triunfo
de sus zapaticos blancos.
Era la blanca derrota
de un pretérito descalzo.

¡Qué linda estaba el domingo
Nemesia con sus zapatos!
Pero el lunes... ¡despertó
bajo cien truenos de espanto!

Sobre su casa guajira
volaban furiosos pájaros.
Eran los aviones yanquis,
eran buitres mercenarios.

Nemesia vio caer muerta
a su madre. Vio
sangrando a sus hermanitos.
Vio un huracán de disparos
agujereando los lirios
de sus zapaticos blancos.

Gritaba trágicamente:
¡Malditos los mercenarios!
¡Ay, mis hermanos! ¡Ay, madre!
¡Ay, mis zapaticos blancos!

Acaso el monstruo se dijo:
Si las madres están dando
hijos libres y valientes,
que mueran bajo el espanto
de mis bombas. ¡Quién ha visto
carboneros con zapatos!

Pero Nemesia no llora.
Sabe que los milicianos
rompieron a los traidores
que a su madre asesinaron.

Sabe que nada en el mundo
―ni yanquis ni mercenarios―
apagarán en la patria
este sol que está brillando,
para que todas las niñas
¡tengan zapaticos blancos!

No huelen a tierra
Fayad Jamís
No trajeron flores ni semillas;
no vinieron a llenar nuestras casas
de pan o de música;
no vinieron a sentarse en el portal
a hablar de los días hermosos
del amor o el trabajo.

Sus manos no huelen a trabajo.

No vinieron a reunir los ladrillos
de la casa tranquila;
no vinieron a ordeñar la vaca
húmeda de estrellas y rocío;
no vinieron a cortar los viejos árboles
con los que haremos nuestra mesa;
no vinieron a enseñarnos a leer
ni a curar nuestras manos heridas;
no vinieron a acompañarnos a soñar
en el mundo que estamos construyendo
con sudor y alegría.

Sus manos no huelen a tierra.
Sus manos no trajeron penachos de palomas
ni sacos de maíz ni cajones de libros;
sus manos no trajeron barriles de aceite
ni vasos, ni martillos, ni violines;
sus manos no trajeron la esperanza;
sus manos no trajeron el amor;
sus manos no trajeron la amistad;
sus manos no trajeron la alegría;
sus manos no trajeron la paz;
sus manos no trajeron la vida.

Sus manos no huelen a tierra.

Por los caídos en Playa Girón
Cos Causse
Ellos no podrán tocar la guitarra, compartir
la esperanza con una mujer, o sencillamente soñar.

Entonces están muertos.

Y ahora solo tienen la estatura de las palmas
y andan de prisa como entre las ráfagas de la guerra.
Izan la bandera, entonan el himno.
A veces, sobresaltados estremecen la tierra.
Vigilan nuestras escuelas, los parques de los niños,
las jornadas jubilosas, el futuro.

Están muertos, y sin embargo, qué bien abiertos
Tienen los ojos.

Abril sus flores abría
Nicolás Guillén 
Abril sus flores abría,
manto azul, corona verde,
rey de serena fragancia
que apenas las hojas mueve,
cuando desde el alto norte
flota de piratas viene
a herir con fácil cuchillo,
como los traidores hieren,
el gran pecho de Girón
que junto a la mar se extiende.

Pagados están en dólares
y en inglés órdenes tienen
de que en Cuba ningún ensueño,
ni una flor, ni un árbol quede.

Asaltan de noche oscura
para matar y esconderse,
pero el pueblo los achica,
los achica y los envuelve,
los envuelve y los exprime
y los exprime y los tuerce.

Ante las balas que silban
Temerosas nalgas vuelven:
En el mar buscan refugio,
mas las olas no los quieren;
sus barcos desmantelados
son ruinas que el agua ofende.

Ansiosos de no morir
muertos están para siempre:
el pueblo les enseñaba
que solo vive quien muere
con el pecho entre las nubes
y la sangre a la intemperie. 




La sangre numerosa
A Eduardo Carda, miliciano que escribió con su sangre,
al morir ametrallado por la aviación yanqui,
en abril de 1961, el nombre de Fidel.

Cuando con sangre escribe.
FIDEL este soldado que por la Patria muere, no digáis miserere:
esa sangre es el símbolo de la Patria que vive.
Cuando su voz en pena
lengua para expresarse parece que no halla, no digáis que se calla,
pues en la pura lengua de la Patria resuena.
Cuando su cuerpo baja
exánime a la tierra que lo cubre ambiciosa, no digáis que reposa,
pues por la Patria en pie resplandece y trabaja.
Ya nadie habrá que pueda
parar su corazón unido y repartido.
No digáis que se ha ido
Su sangre numerosa junto a la Patria queda.

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