lunes, 29 de abril de 2013

De lobos feroces y caperucitas ingenuas

Quizás, por aquello de que uno debe ejercitar la ira, para que no se atrofien los mecanismos que la regulan, es que leo cada día el Nuevo Herald, panfleto oficialista miamiero (de la política de USA contra Cuba).

En el día de hoy uno de sus encabezados de noticias decía „Taxistas en la Habana en una feroz competición....“ Pareciera como si todo lo que sucede en Cuba debiera tener un sentido violento (algo que instintivamente remita a sangre, miedo, persecución). Así, la competencia en el sector privado debe ser feroz, el gobierno siempre ejerce feroz represión.... tal como si los habitantes de la isla, por aquello de haber resistido por más de 50 años a los embates de la politica imperial, pues debieran, cual perros rabiosos, estar condenados al exterminio, y cualquier acción que reduzca su “ferocidad” pues es bienvenida y hasta permisible.

Quienes conocen la isla, y a los cubanos/as saben que esa imagen de ferocidad que subliminarmente remite a crueldad, está bastante alejada de la realidad, que el pueblo cubano es alegre, solidario, hospitalario, eso si, que también sabe defender su dignidad, su libertad y lo justo con valentia y determinación.

Feroz es el cruel Bloqueo que los USA ejercen contra nuestro pueblo, feroz es la política de intentar rendirlo por hambre, feroz es la persecusión que se ejerce contra el avance de la economía cubana, con el apoyo de grupos de residentes en los EE.UU. y algún que otro colaborador/a desde la isla.

En esta historia de lobos feroces y caperucitas ingenuas, se que nuestro pueblo, ciertamente tampoco es una caperucita, porque tiene la suficiente madurez para reconocer al lobo disfrazado de abuela, y se, que donde verdaderamente pululan los lobos feroces (algunos con la sangre aún goteando de sus colmillos) es a 90 millas al norte.

Se dice que Lydia Cabrera llamaba a Miami “el mierdal”, pero es en este fragmento de un poema de Luis Felipe Bernaza, donde se le hace una radiografía a una de esas imágenes que la ciudad proyecta de sí misma, porque también es justo afirmar que no todo lo que allí florece es odio y desamor.

“Soy consciente de que esta ciudad no es para poetas. Ya lo dijo
Rilke: "donde hay odio no vive la poesía." Esta es una ciudad
abonada con pernos, espinas, legañas y billis. Toda la escoria
del siglo que envejece ha hecho de esta ciudad su madriguera,
santuario estéril de amor.

Aquí no escampa ni para los muertos en vida. Al contrario,
contra esos infelices descarga todo su odio y su resentimiento
esta cuidad sin rostro y sin historia, por ser retazo de muchas
infamias.

Diríase que aquí todos somos libres, cuando en realidad todos
somos prisioneros de por vida 
entre sus cuatro paredes de acero y desamor.“

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J. Conde

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